EXPOSICIÓN PARADIGMÁTICA DE RONALD MORÁN EN EL MUSEO MARTE
La exhibición individual de Ronald Morán, Por encima del Jardín (2021-2022), con la cual se reinstauraron actividades públicas en el museo Marte de San Salvador, se ha convertido en una muestra paradigmática, no solo como nueva consagración de uno de los artistas centroamericanos de mayor reconocimiento internacional, sino como signo de la visión de una institución que apuesta por la experimentación y el acompañamiento en las prácticas que vinculan el arte contemporáneo y la imaginación social.
Eugenia Lindo, directora ejecutiva del museo, cuenta cómo, habiendo programado a inicios de 2020 una retrospectiva de Ronald Morán que tendría lugar a fines de ese año, el estallido de la pandemia no solo obligó al cierre temporal del museo que se extendió casi hasta mediados de 2021, sino a replantear, a lo largo de ese período, el proyecto expositivo: “En ese tiempo, en visitas constantes al estudio de Morán descubrimos sus bocetos iniciales de sumi-e, inspirados en un material tan emblemático como el alambre “razor” de las cercas que proliferan en el país, en su libro de dibujos realizados durante el confinamiento. Nos parecía importante dar un registro de lo que vivimos en El Salvador y en el mundo mientras permanecíamos encuarentenados en casa. Lo que estaba viendo y expresando Ronald a través de su creación e investigación artística arrojaba una mirada muy particular sobre cómo se vivía una situación de encierro en uno de los países más violentos del mundo”. Fue así como el Museo Marte se comprometió entonces a acompañar a Ronald Morán en un proceso de creación que, partiendo de un objeto material como el razor, encara, según Lindo, “la violencia que el país ha vivido desde los inicios de una Guerra Civil en los ochenta y propone una visión reflexiva sobre la sociedad que hemos construido”.
Arte al Día reproduce el texto de presentación en el cual la crítica y curadora Adriana Herrera analiza el alcance de esta exhibición paradigmática.
Ronald Morán no añade al mundo algo antes inexistente: su mirada se abisma en sus lugares en sombra, en lo punzante que eludimos ver y tocar, y no sólo lo hace visible y tangible con esa inconfundible estética de la paradoja que le dio un nombre internacional, sino lo transforma con una poética sutil que enfrenta el peso de lo real con la levedad de la imaginación, pero sin quitarle el ojo de encima. Y, a punta de contemplarlo, descubre el intersticio por donde escapa, de alguna forma (y de todas sus formas), la esperanza.
Aislado durante la pandemia,el artista vio desde la ventana de su estudio, la cerca de alambre “razor” [1], rígida y espinada, “esa cortina hiriente de enredadera metálica” que prolifera en Centroamérica a tal punto que ha llegado a ser comúnmente percibida como una extensión natural del jardín. Pero este ultra extendido mecanismo de seguridad es una forma del miedo social y del aislamiento, objeto-metonimia del encierro que aprisiona cada territorio. Morán asió sus puntas hirientes con la mirada y con los materiales que tenía consigo ─papeles de arroz, libretas, tinta y pinceles─ se dispuso a transformarlas recurriendo al legado milenario oriental de la pintura con tinta sumi-e. Enfrentado a esa forma punzante, la representó una y otra vez en trazos negros instantáneos y volátiles, que ritualmente fueron convirtiendo las púas en formas orgánicas o estelares y abriendo el lugar de todos los encierros al vasto espacio de las transformaciones. Esa operación poética conserva ─como la totalidad de su obra─ la precisa referencia de lo real que nos pide contemplar y, a la vez, mover de lugar.
El mismo artista que recubrió los espacios de violencia doméstica con suavísimo algodón blanco; que tornó transparentes, penetrables con la mirada los muros existentes o planeados; que ha transitado los caminos con los migrantes filmando el cielo sin fronteras sobre sus cabezas; y que nos ha hecho descubrir en la imagen de laberintos de hilos o de invisibles escaleras que no conducen a ninguna parte, las metáforas concretas de los abismos sociales en el centro y sur del continente; acerca nuestros ojos a las púas de las cercas de razor y realiza ante nosotros el proceso de una transformación que materializa primero en maravillosos trazos sobre cuadernos pintados a modo de diario, y luego en dibujos colgantes, o en objetos creados a partir de esta forma cortante y su reflejo: la peligrosa espiral se deshace en módulos de los que brotan cosas orgánicas, árboles y enredaderas, o figuras estelares y signos caligráficos “tropicalizados”, construidos con las púas transmutadas y sus sombras, como mensajes cifrados de todo cuanto, más allá de los aislamientos, podemos imaginar conjuntamente.
Por encima del jardín reúne los múltiples medios ─dibujo en tinta, cerámica, escultura, instalación y video─ en los que Ronald Morán cumplió un proceso de liberación artística: despliega en las paredes la poética del instante de los trazos que tornan leve lo existente; transforma la cortina de metal punzante en una barricada que podemos rodear mientras desciframos el modo y el sentido de proyectar lo cortante en suaves sombras; y nos enfrenta a la sorpresa de las restituciones. La fealdad de la cerca espinada origina el inesperado brote de la enredadera instalada en la pared o el hallazgo ─apto para la contemplación social─ de un jardín de plantas metálicas, tan bellas como cortantes; y proyecta en la misma estructura del círculo de púas un cielo cambiante. “Ninguna forma del miedo ─parece escribir en su lenguaje en todos los medios ─prevalece sobre el vasto espacio de lo posible”.
[1] Aun cuando se trata de una palabra no incluida en los diccionarios, la nombraré en el resto del texto obedeciendo al habla, reproduciendo su uso común, sin escribir el término entre comillas.