MANUELA MOSCOSO, CURADORA DE LA BIENAL DAS AMAZÔNIAS: “EL ARTE PUEDE SOSTENER CONTRADICCIONES”
Por María Galarza
La ciudad brasileña de Belém tiene la particularidad de estar situada en un estuario: el punto donde los ríos amazónicos se abren al Atlántico. Es ahí, en ese escenario atravesado por corrientes de agua y de historia, que se sitúa la Bienal das Amazônias, un evento para explorar los vínculos entre territorio, historia y clima, y sobre el modo en que el arte puede convertirse en un espacio para pensar esas tensiones.
La curadora de la bienal, Manuela Moscoso (Ecuador), lleva más de una década pensando el arte desde la fricción entre investigación y exhibición. Su práctica se construye desde la colaboración y el cruce de disciplinas para generar nuevos espacios, con preguntas que van más allá de las prácticas artísticas, y que atraviesan las comunidades, la historia, el planeta.
En la Bienal das Amazônias Moscoso asume junto a su equipo un gesto político: declarar el Sur Global como punto de partida. No para ofrecer respuestas cerradas, sino para sostener contradicciones. Porque, como explica, la Amazonía se trata menos de un ecosistema aislado y más sobre una configuración de corrientes que conectan montañas, costas, lenguas, poblaciones. En ese sistema de relaciones es que el arte aparece como un modo de imaginar, de narrar y de resistir a un presente marcado por el extractivismo y el cambio climático.
La Bienal das Amazônias se declara como un proyecto originado en el Sur Global. ¿Qué implica esta posición curatorial en términos de método, discurso y alianzas?
Posicionar la Bienal desde el Sur Global significa rehusarse a reproducir los marcos universalistas que a menudo provienen de otros lugares. Implica trabajar a partir de conocimientos situados, discursos polifónicos y alianzas que emergen del propio Sur. En lugar de aplicar modelos externos, el método es escuchar, complejizar y entretejer prácticas que ya están resistiendo, imaginando y transformando sus territorios.
¿Cómo trabajó el equipo curatorial para garantizar que las obras y artistas reflejaran la constelación de geografías, tiempos y resistencias que atraviesan los territorios amazónicos y caribeños?
El proceso curatorial se construyó como una indagación colectiva, no como una selección de arriba hacia abajo. Viajamos, escuchamos y nos vinculamos directamente con comunidades, artistas y pensadores de la Amazonía y el Caribe. Lo que emerge no es una narrativa única sino una constelación de voces, obras que hablan de la memoria, de proyecciones futuras y de resistencias profundamente entrelazadas con la tierra y el agua. El objetivo fue sostener estos diferentes tiempos y geografías juntos sin aplanarlos.
Durante la investigación, viajaron por distintos territorios amazónicos y caribeños. ¿Qué aspectos de esas experiencias influyeron de manera más decisiva en la configuración curatorial?
Cada viaje reveló lo poroso e interconectado de estos territorios. Los encuentros con montañas, ciudades, pequeñas poblaciones, ríos, manglares y ruinas, con historias orales y luchas contemporáneas, moldearon la Bienal como un espacio de cruces más que de fronteras. Quizás la influencia más decisiva fue entender que la Amazonía no es un bioma cerrado, sino una red de flujos que se extiende hacia los Andes, el Caribe y más allá. Esa experiencia nos confirmó que la Bienal debía reflejar movimiento, relación y distancia, en lugar de categorías fijas.
¿De qué manera la noción de “distancia” como una sintonía entre tiempo, materia y escala replantea nuestra forma de percibir la Amazonía?
La “distancia” en esta Bienal no es ausencia: es relación. Se trata de cómo la percepción se espesa cuando reconocemos las distancias que nos separan: entre generaciones, entre lo humano y lo no humano, entre aquí y allá. Al concebir la distancia como un modo de sintonía, dejamos de ver la Amazonía como un lugar remoto o aislado. En cambio, se convierte en un territorio cuyas resonancias se expanden a través de escalas de tiempo, materia e historia.
¿Cómo dialoga esta edición con otras bienales latinoamericanas o del Sur Global? ¿Se piensan como una red? ¿Qué distingue a la Bienal das Amazônias del resto?
Como curadora, espero que esto nutra un ecosistema más amplio de bienales e iniciativas en el Sur Global. No existe una red formal, pero sí resonancia, solidaridad e intercambio. Lo que distingue a la Bienal das Amazônias es su arraigo: se despliega desde Belém, una ciudad marcada por las historias amazónicas y las proximidades caribeñas. Ese anclaje le da un ritmo propio, menos de espectáculo y más de procesos largos de relación.
En esta edición, el acento va más allá del lenguaje y el habla; es una fuerza que impregna cultura y territorio. ¿Cómo se vinculan las obras con este concepto?
Se entiende el acento como inflexión, la manera en que las historias, geografías y cuerpos dejan su marca en la expresión, especialmente en la presencia afrodiaspórica amazónica. Además, las obras se relacionan con el acento al poner en primer plano cadencias locales, formas de conocimiento indígenas y diaspóricas, texturas sonoras y visuales que cargan con el peso del lugar. El acento aquí no trata solo de cómo hablamos, sino de cómo los territorios hablan a través de nosotros, y la materia del acento convoca viajes, como cuerpos de archivo.
La Bienal das Amazônias no busca evitar el conflicto o la fricción. ¿Por qué es importante que el arte sea también un espacio para lo incómodo?
Porque la comodidad rara vez produce transformación. Permanecer en la comodidad es reproducir el statu quo. La Bienal abraza el conflicto y la fricción como fuerzas necesarias para pensar de otro modo, pero también como aperturas para la imaginación, la alegría y la conexión. La Amazonía está marcada por el extractivismo y la violencia, pero es igualmente un lugar de vitalidad, creatividad y celebración. El arte puede sostener esas contradicciones: disenso e incomodidad, por un lado, reconocimiento mutuo y festividad por el otro. Evitar la fricción significaría evitar la realidad misma, y esa realidad nunca es solo una cosa: es lucha y solidaridad, dolor e invención, pérdida y exuberancia.
¿Cómo se concibe la conexión entre esta bienal y la COP30, que también tendrá lugar en Belém? ¿Es posible un cruce entre arte, política climática e impacto?
La COP30 y la Bienal coincidirán en Belém, pero operan en registros distintos. Mientras la COP30 negocia política climática, la Bienal crea un espacio para la imaginación cultural y la reflexión crítica. El cruce no es institucional, sino conceptual: ambos recuerdan que la Amazonía es central para los futuros globales. Es importante destacar que nuestro co-curador Jean da Silva también forma parte de la COP das Baixadas, lo cual significa que existen puentes vividos entre los movimientos culturales y ambientales. Y esta Bienal no se limita a la Amazonía brasileña, sino que se conecta con países panamazónicos y proximidades caribeñas, insistiendo en que el clima no es solo un tema científico o político, sino también cultural. El arte, en este sentido, se convierte en una forma de modelar cómo imaginamos, narramos y actuamos frente a la crisis planetaria.

