SUAVE RESISTENCIA

| agosto 21, 2025

Por Daniela Arroyo

Sobre Atardecer en un bosque, la última exhibición individual de Tadeo Muleiro en el Museo de esculturas Luis Perlotti, en Buenos Aires, con curaduría de Jen Zapata.

SUAVE RESISTENCIA

Atardecer en un bosque, presenta un universo muy particular apenas se ingresa al museo. En el espacio aéreo se avistan presencias que convocan a subir las escaleras del Perlotti. Estas disrupciones en el relato museológico de la colección permanente flotan como si fueran una especie nunca antes vista de llamadores o guías. Al llegar al primer piso otro de ellos, azulado, solemne y erguido te recibe. En la sala, un golpe de formas y colores vibrantes toman todo el lugar.

 

La muestra no esconde nada y presenta un paisaje que aparenta cobrar vida en cualquier momento. Este paisaje, se construye con obras de diferentes épocas de la carrera de Tadeo y el juego es dejarse permear por este entorno y todo lo que tiene para ofrecer. 

Al instante de cruzar el umbral de la sala, uno se adentra en el bosque. Desde el techo, una figura monumental en blanco y negro. Otorongo (2017) se despliega como una criatura onírica que observa y parece querer abrazar a la vez. En el fondo, La casita (2010), una estructura colorida con formas circulares que parece una cápsula viva, un refugio blando, pero seguro. En el camino entre una obra y otra, “altorrelieves blandos” del 2024 ocupan las paredes y susurran diferentes historias.

 

Este entorno, bajo el cuidado de su curadora, Jen, permite incluir en un mismo relato diferentes exploraciones y técnicas de la producción de Tadeo, que habilita revisitar su obra y generar nuevas lecturas por contigüidad. Una cierta horizontalidad que no distingue, ni clasifica. Que se anima a jugar y a la vez, dispone para que jueguen.

Así, la exposición resulta un gran estímulo para la capacidad imaginativa del que recorre; apela al sentido y no a la instrucción (algo maravilloso para un museo). Y cuando hablo de sentido, lo hago en los términos de Chiqui González, a quien siempre recomiendo escuchar: “[...] el sentido, es el dispositivo y el dato, la sensación y la percepción, la intuición y las emociones, la orientación ideológica, la contextualización del discurso y la pregunta por la existencia; una especie de red conceptual, convertida en actos sensibles y críticos. Una respuesta integral del cuerpo en el lejano territorio de la significación.”1

 

Este bosque que apela al sentido emerge a partir del juego con las obras y funciona de esta manera, en parte, por el espacio que la acoge. ¿Qué ofrece, entonces, el bosque en el museo? Inmediatamente pienso en el oxígeno. Algo tan simple y vital. Una necesidad, no solo en el sentido fisiológico, sino también en el plano de lo metafórico…

¿Cómo crear oxígeno? ¿cómo generar zonas de placer, de imaginación simbólica, en lugares y tiempos viciados?

 

Se trata de una suave resistencia, que apela al volumen y propone la imaginación como patrimonio. Que hace sistema con el otrx, para afrontar una realidad cada vez más plana y áspera; en la calle, en las instituciones. En la capacidad de imaginar, de encontrar en lo real lo fantástico y volver fantástico lo real. Entonces, vuelvo a traer a Chiqui y la pregunta por el sentido: ¿hacia dónde vamos y desde qué ideología miramos?

 

Quizás, es lo suave, lo blando, lo colorido, el abrazo y “el arte de vivir juntos”2.

 

La muestra puede visitarse hasta noviembre de 2025.

 

1 “Cuerpo, juego y lenguajes”, Chiqui González En el marco de «El mundo en juego. Encuentro de educación y cultura sobre el porvenir de la infancia» Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario. Centro de Expresiones Contemporáneas, 30 de junio de 2003.

2 “La niñez como acto político”, Chiqui González. Escrito en el marco de El Congreso de los Chicos. Hablemos de la felicidad, octubre 2013.

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