UN HELADO QUE DESAFÍA LA MEMORIA: LA REINVENCIÓN DE LA PIEDRA MOVEDIZA

El arte contemporáneo se ha convertido en un campo de pruebas donde los límites entre disciplinas se desintegran para dar paso a experiencias híbridas. En este paisaje cambiante, el artista Cristian Segura introduce una provocación inesperada: un helado que no solo se degusta, sino que también se piensa.

UN HELADO QUE DESAFÍA LA MEMORIA: LA REINVENCIÓN DE LA PIEDRA MOVEDIZA

Segura, cuya trayectoria abarca más de dos décadas y se extiende desde el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires hasta la Trienal de Chile, pasando por la Bienal de Curitiba, la Bienal de La Habana y Bienalsur, además de exposiciones en el Museo Carrillo Gil de México y el Museo de las Américas en Washington, ha construido un cuerpo de obra que desafía las nociones de historia y memoria. En Helado Piedra Movediza, su último proyecto, la historia de Tandil se saborea—literalmente—en cada cucharada.

 

El 29 de febrero de 1912, la legendaria Piedra Movediza de Tandil se desplomó, marcando la desaparición de un símbolo que, contra toda lógica, oscilaba en equilibrio sobre su base de granito. Más de un siglo después, Segura canaliza esa pérdida a través de una obra comestible: un helado de un gris pétreo, una textura desconcertante y un sabor que intriga y perdura. "Es un monumento efímero que se desvanece al ser probado, dejando una memoria viva, tan frágil y poderosa como la propia piedra", explica el artista.

El Helado Piedra Movediza trasciende lo gastronómico para convertirse en un ensayo matérico sobre la inestabilidad del recuerdo. Su cromatismo no es solo un gesto formalista; es una alusión directa a los fragmentos que aún yacen al pie del cerro, reliquias de lo que alguna vez desafió la gravedad. En su consumo, el espectador no solo participa de la obra: la incorpora, convirtiéndose en archivo vivo de una memoria que, como el helado mismo, se funde en la experiencia sensorial.

 

El proyecto se inscribe dentro de una tradición de arte efímero que desplaza el objeto artístico hacia el ámbito de la acción. "Me interesa que el espectador no sea un observador pasivo, sino el centro mismo de la obra. Al consumir el helado, su cuerpo se convierte en un archivo viviente, un espacio donde la memoria se activa y se transforma", afirma Segura.

 

El cuestionamiento central de esta pieza no es trivial: ¿cómo se conmemora lo que ya no existe? ¿Cómo se preserva un símbolo cuya esencia radicaba en su improbable equilibrio? Helado Piedra Movediza responde a estas interrogantes desde la disolución misma: lo sólido se vuelve fugaz, lo permanente se relativiza, la historia se vuelve experiencia inmediata.

 

Esta no es una obra sobre la nostalgia; es una obra sobre la fragilidad de los monumentos y la persistencia de la memoria en formas inesperadas. "El gris mineral evoca la textura y materialidad de la piedra original, permitiendo que el espectador establezca un vínculo directo con su historia", señala Segura. "Es un monumento efímero que, en su fragilidad, desafía las convenciones del arte y la memoria. Vive en los cuerpos y en las historias de quienes lo experimentan".

 

La Piedra Movediza, con sus 300 toneladas de oscilación improbable, fue durante siglos un ícono de lo inestable dentro de lo aparentemente eterno. En esta reinterpretación, Segura traslada esa inestabilidad al paladar, transformando su ausencia en un gesto que se consume y, al hacerlo, persiste. Helado Piedra Movediza es, en última instancia, una pregunta sobre la naturaleza de la permanencia. Y como todo buen arte, no ofrece respuestas fáciles.

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