“PUPILA”, UNA REFLEXIÓN SOBRE EL PODER DE LA MIRADA

Pupila es la ambiciosa exposición individual que el artista argentino Eduardo Basualdo (Buenos Aires, 1977) ha desarrollado especialmente para el Museo Moderno en diálogo con su directora Victoria Noorthoorn, con quien ya ha colaborado en el pasado, y notablemente para las Bienales de Pontevedra (2006) y Lyon (2011).

“PUPILA”, UNA REFLEXIÓN SOBRE EL PODER DE LA MIRADA

Se trata del primer proyecto a gran escala que el artista presenta, en mucho tiempo, en un museo público de Argentina luego de hitos internacionales como lo fueron sus participaciones en el Palais de Tokyo, París, en 2014, en la Bienal de Venecia en 2016, o su exposición actual en el museo Hamburgher Banhoff de Berlín.

A través de Pupila, Basualdo invita a los espectadores a realizar un viaje imaginario a través de las profundidades de la mente humana. Comparte generosamente, a través de decenas de dibujos, sus investigaciones recientes sobre el poder de la mirada como acción constituyente del proceso de desarrollo humano, pero asimismo, como acción performativa y, por lo mismo, transformadora de la vida –o más específicamente, de las relaciones humanas–. ¿Cómo es el mar que nos habita? ¿Quiénes pululan nuestros abismos? ¿Cómo visualizar dichas imágenes? En Pupila, el artista comparte su extenso proceso de investigación, que refiere "Es un proceso que podría hacer ¡cada uno!" y con tales palabras invita al público a un fascinante viaje introspectivo. Es el viaje de las imágenes que desfilan por la mente del artista cuando busca evocar y comprender las vivencias del pasado y del presente. 

Las grandes catástrofes tienen la capacidad de deshacer las murallas, o membranas, que separan una persona de otra y el mundo interior del exterior. El ojo del artista se vuelca hacia afuera para contemplar las mismas figuras que hasta entonces anidaban apenas en sus pesadillas en lo más recóndito de su imaginación, como si las cavernas del cerebro no pudieran ya contener ese maligno hervor. Y entiende en ese momento que esas imágenes no le pertenecen enteramente, que surgen del fondo atávico de todas las generaciones precedentes que en la estela de sus desesperadas migraciones nos dejaron como legado la espuma de su terror.

La incapacidad de saber hacia dónde se mira conlleva el más insidioso de los tormentos. Para salir de esta irrealidad, el artista lo baja al papel: traza, con tinta, lápiz o carbón, signos que no se borrarán antes de ser descifrados, como lo escrito en el agua de los sueños, trazos que pueden mirarse y volver a mirarse, y que otros tal vez también mirarán, y entenderán incluso mejor que él. Un llamado toca a la puerta desde el futuro. La recompensa no será el despertar de la pesadilla, apenas la ínfima y preciosa facultad de distinguir lo que es pesadilla de lo que no.

Curaduría: Victoria Noorthoorn, con la colaboración de Alejandra Aguado y Clarisa Appendino