“NEGOCIAR PARA SOBRELLEVAR LA CARGA”: UNA CONVERSACIÓN CON FABIOLA R. DELGADO

Por Manuel Vásquez Ortega
“NEGOCIAR PARA SOBRELLEVAR LA CARGA”: UNA CONVERSACIÓN CON FABIOLA R. DELGADO

Es difícil definir la fecha exacta en la cual la migración –un proceso natural y profundamente humano– se convirtió, en Venezuela, en un fenómeno exódico de alarmantes cifras cotidianas, con estadísticas que rebasan todo antecedente histórico y cuya proyección futura no aspira más que seguir en alza. Sin embargo, es a partir del año 2016 cuando su popularización y notable crecimiento empieza a dar forma a una serie de imágenes y relatos que, desde un anonimato ‘expuesto’ (del boca a boca, de las redes sociales, de los testimonios personales), brindan una prueba existencial de aquello que implica traspasar una frontera en medio de la incertidumbre, abandonar las pertenencias y valores, romper forzosamente vínculos afectivos y abandonar, en muchos sentidos, la idea de construir una vida en el territorio que hasta ese instante había sido habitado.

 

En una suma de esfuerzos individuales de sublimar las desavenencias de la experiencia migratoria, de resignificar la poética de la pérdida, pero también de dejar un registro incisivo de lo vivido, la exposición grupal Build what we hate. Destroy what we love, curada por Fabiola R. Delgado, desarrolla una serie de planteamientos en los cuales, desde sus lugares de enunciación particular, los artistas venezolanos Ronald Pizzoferrato, Cassandra Mayela y Juan Diego Pérez La Cruz profundizan en la circunstancia del ser migrante en la actualidad de un mundo globalizado, a través de prácticas artísticas en las cuales las voces anónimas del desplazamiento encuentran un espacio de eco y ampliación para la construcción de un testimonio colectivo.

 

La muestra, ganadora de la convocatoria abierta de apexart (Nueva York), se propone así brindar una aproximación a una realidad compleja y desconocida para muchos, a través de la mirada sensible y crítica de tres artistas diaspóricos; quienes siendo parte de los millones de migrantes venezolanos, esbozan una trayectoria otra de las artes visuales del país: un arte venezolano ‘dislocado’, que aún así no deja de reflexionar sobre problemáticas sentidas y compartidas, “conectadas en la lejanía” con un territorio en pugna que ha hecho de la excepción, la normalidad.

 

En esta conversación con Fabiola R. Delgado, curadora de la exposición, nos proponemos conocer un poco más sobre aquello que se construye y se destruye en el proceso de migrar, sobre las miradas hacia Venezuela desde el exterior y sobre la importancia de visibilizar la continuidad de la crisis humanitaria desde una perspectiva reflexiva, poética y aguda de aquello que sucede luego de cruzar las fronteras.

Manuel Vásquez Ortega: El tema de la migración venezolana del siglo XXI ha estado presente en varios de tus proyectos curatoriales y tus investigaciones. ¿De dónde deriva tu interés por este tema? ¿Por qué crees que es relevante darle visibilidad en este momento?

 

Fabiola R. Delgado: Mi interés en el tema viene del deseo de comprender la complejidad de este fenómeno histórico y articular su importancia en el ámbito social y político internacional. La migración no solo impacta al individuo que la vive en carne propia, sino que también moldea y redefine comunidades enteras –tanto las que se mueven, las que acogen, y las que se dejan atrás.

 

Particularmente, estos proyectos también forman parte de una investigación autoetnográfica; como venezolana migrante me veo directamente conectada con las experiencias y desafíos que enfrentan mis co-nacionales al verse forzados a salir del país. También medito sobre la ruptura que esto implica en nuestros círculos familiares, de amistades, profesionales, culturales… Hay tantos dolores simultáneos, una red de pérdidas, y capas de identidad que se ven afectadas cuando nace una nueva diáspora; lo que me motiva a indagar en mis propias raíces y comprender –desde la distancia y sin la influencia inmediata del entorno nacional– las distintas realidades contemporáneas de nuestra gente. Y no solo es una búsqueda personal, también es una forma de explorar ideas sobre la preservación y reconstrucción de la frágil memoria de un país “derramado”, así como la construcción de nuevas identidades que surgen de la fusión de culturas y geografías en movimiento.

 

La importancia de dar visibilidad a este tema radica en su capacidad para promover empatía, comprensión y diálogos significativos en torno a las experiencias de quienes se ven afectados por este proceso (diálogos que vayan más allá de divisiones políticas obsoletas y regionalismos).

 

Al destacar estas historias, universales en su individualidad, busco crear conciencia sobre las realidades de la migración, y fomentar así una reflexión más profunda sobre los aspectos sociales y humanos involucrados. Al mismo tiempo, no podemos ignorar la magnitud de las pérdidas tangibles y las cicatrices emocionales que la migración deja en nuestras comunidades, así que con estos proyectos aspiro a crear espacios de duelo, de consuelo, pero también de conmemoración que nos ayuden a procesar nuestros traumas nacionales y contribuir a la curación de la herida migratoria.

MVO: ¿Cómo se vincula este interés con Build what we hate. Destroy what we love? ¿Podrías contarnos sobre el título de la muestra?

 

FRD: El título de la muestra, "Build what we hate. Destroy what we love" (Construye lo que odiamos. Destruye lo que amamos) encapsula en sí una dinámica paradójica que refleja la complejidad de las interacciones humanas con sistemas opresivos. Esta dualidad no se limita a una dicotomía simple, sino que abarca una gama de acciones diarias, en las cuales las prácticas corruptas y violentas generadas en el poder permean la sociedad y son adoptadas para sobrevivir, y hasta prosperar. Estas prácticas de violencia se entrelazan con la necesidad de cuestionar y cambiar sistemas que nos perjudican, pero que al mismo tiempo nos sostienen (o suspenden) mientras “se resuelven las cosas”.
Esta tensión y reciprocidad nos presenta un desafío lógico, y con ese título, busco evocar el deseo de desarmar lo que nos ha causado daño, pero con lo cual hemos aprendido a vivir, ya sea por costumbre, conveniencia, miedo, o cansancio.

 

Este dilema establece una conexión directa con las experiencias de los migrantes venezolanos, quienes, a pesar de enfrentar sistemas opresivos, se ven obligados a negociar con ellos para sobrellevar la carga. De igual forma, los conceptos de destrucción y construcción están fuertemente vinculados a procesos migratorios. La destrucción se manifiesta en la ruptura de la familiaridad, en la despedida de hogares, y en la inevitable separación de la tierra natal. Este proceso de atomización y desprendimiento implica dejar atrás lugares físicos y emocionales, memorias arraigadas, la identidad que se ha construido en el contexto original (se destruye lo que se ama). Y a medida que los migrantes se sumergen en la travesía, surge la necesidad de construir nuevos cimientos, tanto físicos como simbólicos. La construcción se manifiesta en la creación de nuevas conexiones, la adaptación a entornos desconocidos y la incómoda formación de identidades híbridas que fusionan nuestras raíces con las experiencias del nuevo contexto. Levantar una nueva realidad, especialmente en un lugar como los Estados Unidos (se construye lo que se odia).

 

MVO: Hay un criterio particular y genuino en la selección de los artistas que participan en la muestra, artistas migrantes venezolanos que abordan en su obra el tema del exilio, como algo más allá de un lugar de enunciación sino como una condición de su existencia. ¿Podrías comentarnos un poco sobre la selección de estos tres creadores?

 

FRD: La elección de estos artistas se fundamenta en el compromiso de destacar voces auténticas y significativas que aborden estos temas del exilio y la migración venezolana desde perspectivas diversas y honestas. Cada artista aporta una mirada única, ofreciendo una exploración reflexiva y emotiva de las complejidades asociadas con las experiencias migratorias, sin caer en estereotipos ni generalizaciones, ya que sus propias vivencias informan su trabajo. Por ejemplo, en el caso de Ronald Pizzoferrato (1988, Caracas, Venezuela), el artista adopta un enfoque investigativo y documental que no solo aborda los conflictos, sino que también resalta la huella que deja el migrante, convirtiéndose en parte integral del entorno y contribuyendo a definirlo. Cassandra Mayela (1989, Caracas, Venezuela) se distingue por su exploración de identidades y pertenencia a través de obras textiles, demostrando su capacidad para tejer historias profundamente personales con materiales aparentemente ordinarios. Y Juan Diego Pérez la Cruz (1986, Maracaibo, Venezuela) se embarca en el rescate de memorias familiares y nacionales, buscando replicarlas en otras tierras con los recursos disponibles para el que llega.

 

Los tres artistas comparten, además, una preocupación por salvaguardar la identidad de los individuos migrantes, que no son meros sujetos en sus obras, sino, en muchos casos, colaboradores esenciales. La preservación de sus identidades se convierte en un elemento clave de esta exhibición, ya que utiliza objetos materiales y recursos lingüísticos para transmitir estas narrativas; igualmente, mantener este anonimato en las obras sirve para demostrar la universalidad inherente a las historias representadas, haciendo énfasis en la experiencia compartida.

MVO: La selección de artistas permite dibujar una historia paralela (pero convergente) del arte venezolano contemporáneo desarrollado fuera del país. ¿Cómo crees que influye el ver/vivir del fenómeno migracional desde el exterior?

 

FRD: La influencia es inevitable y sustancial en la evolución del arte venezolano contemporáneo. Creo que la distancia geográfica y cultural que existe entre nosotros y nuestro país de origen nos ofrece a los migrantes una mirada única, y la oportunidad de reflexionar sobre nuestras identidades, afiliaciones, lealtades y demás. Estamos en una posición distante, pero conectada. Al encontrarnos fuera de nuestro entorno original, nos vemos desafiados a reinterpretar y reconstruir nuestras vidas, a menudo integrando nuevas influencias y perspectivas culturales.

 

Este posicionamiento puede también generar una conexión más amplia y global con nuevas audiencias; por ello la diáspora venezolana plasma directa o indirectamente sus vivencias y reflexiones en el arte, contribuyendo a conversaciones transnacionales sobre temas que quizás no comprendíamos previamente, y que estamos ahora desarrollando, dado que históricamente Venezuela no contaba con una diáspora considerable como la que estamos presenciando actualmente. Así, el arte venezolano contemporáneo desarrollado fuera del país no solo refleja las complejidades individuales de los artistas migrantes, sino que también amplifica las voces de una comunidad dispersa y con ganas de encontrarse/reencontrarse.

MVO: En el ensayo que has escrito para la muestra marcas una diferencia entre la noción de objetos de recuerdos encarnados y la idea de cultura material. ¿Podrías hablarnos de este aspecto?

 

FRD: Este es un concepto que he venido desarrollando a partir de observaciones y proyectos de investigación autónomos, y que presenté en el marco del 4to Simposio “(Re)Pensando a Venezuela: Movimiento, Tránsito, Desplazamiento” que se llevó a cabo en la Universidad de Cornell en la primavera de 2023. La distinción entre la noción de "objetos de recuerdos encarnados" (que en inglés llamo “objects of embodied memories”) y el concepto de "cultura material" se centra en la profundidad de la conexión personal que los primeros llevan consigo.

Como contraste a la cultura material –un término antropológico que se refiere a objetos y artefactos asociados con una grupo particular (joyas, herramientas, arte, arquitectura…)–, en la cual los objetos de recuerdos encarnados abarcan elementos impregnados de significado personal y vivencias individuales. Con ello me refiero a las cosas que tienen un significado único y especial para el individuo, sin tener en cuenta su importancia para la identidad colectiva venezolana. Son cosas que quizás no se registren y perduren en el paso de la historia, pero son partes integrales de nuestras propias microhistorias, aunque no sean “antropológicamente importantes” (y ese es el punto). Por ejemplo: fotografías familiares, cartas, juguetes de la infancia, prendas de vestir… ya que llevan consigo las memorias y experiencias de los migrantes. Estos objetos no son necesariamente representativos de la cultura material venezolana, pero son testigos y potenciales narradores de vidas pasadas e historias sumamente personales, resaltando la carga emocional de estos objetos y los hilos entre la singularidad y universalidad de las narrativas encontradas.

MVO: La nostalgia es un sentimiento presente en una notable parte de la historia del arte venezolano. ¿Consideras que este sentimiento existe en las obras que conforman la muestra Build what we hate. Destroy what we love?

 

FRD: No creo que en las obras de "Build what we hate. Destroy what we love" predomine tanto el sentimiento de nostalgia, sino más bien un proceso activo de documentar para reconocer, y preservar para recordar, tanto las memorias de los artistas como de las muchas personas desprotegidas en un proceso de desplazamiento forzado como el que se vive en Venezuela.

 

Es un poco complicado, porque las obras nos muestran experiencias de un pasado muy reciente (y que se siguen viviendo) y es como una herida aún abierta. Creo que los artistas hacen un gran esfuerzo para traer a la consciencia colectiva las vivencias migratorias y los desafíos relacionados con ellas, sin volverse melancólicos, ni añorar el pasado. El énfasis está en recordar, no solo como un acto sentimental, sino como una acción que invita a reflexionar colectivamente, analizar las múltiples capas de la experiencia migratoria, y construir historias compartidas que nos unan en nuestra separación. El compromiso con la memoria implica no solo reflexionar sobre el pasado, sino construir conexiones con nuestro presente y futuro. Es un acto de resistencia frente al olvido y la homogeneización cultural, en especial cuando se recuerdan y transmiten las historias de aquellos más vulnerables y vulnerados por los sistemas de opresión.

Build what we hate. Destroy what we love estará abierta al público hasta el 9 de marzo de 2024 en 291 Church Street, Nueva York, EE.UU. y en línea, a través de la web de apexart.

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