JUAN RAÚL HOYOS Y SU REDEFINICIÓN DE LA CUADRÍCULA
Geometries Reimagined (Geometrías re-imaginadas) título de la exhibición inaugural del espacio Tanya Brillembourg Art, inquiere en el modo en que esa incesante transformación de las formas abstractas, imaginadas desde la prehistoria hasta hoy, se realiza de nuevo en las obras del colombiano Juan Raúl Hoyos, el guatemalteco tepeu choc, y el haitiano Marcus Blake. De modos diversos, los tres se enfrentan a la forma generadora de toda la corriente de la abstracción geométrica que, desde inicios del siglo XX, se impuso, según advirtió Rosalind Krauss, como la “imagen emblemática de la ambición modernista” [1]: la cuadrícula. Su presencia, explícita o tácita, sigue deshaciéndose y rehaciéndose incesantemente en el arte contemporáneo, y no es ajena a “la esquizofrenia”, que, como escribió también Krauss, se plantea entre su concentración en la materialidad de la superficie pictórica en sí misma, y la tensión espiritual que su mítica geometría contiene [2]. No es menor la oposición entre el “silencio discursivo” que se busca en la cuadrícula mediante la “completa liberación de las apariencias naturistas” [3], y la conversión paradójica de esa forma ─inexistente en la naturaleza─, en la matriz de la modernidad urbana: Mondrian acabó por crear Boogie Woogie, 1943, que alude al ritmo y la pulsante vibración neoyorquina.
La primera planta de la galería se concentró en el despliegue de la serie de Juan Raúl Hoyos (Colombia, 1962), Redefinición del Cuadrado, 2021, a cuyo análisis está dedicado este texto. El artista se acerca más que nunca en esta obra a un juego conceptual con un modo ilusorio de apariencia pictórica geométrica, que oculta, pero al tiempo, potencializa de otro modo, la evidencia fotográfica urbana que siempre fue ─y sigue siendo─ su punto de partida. El inicio de un proceso único en el que los medios transmigran hasta generar un retorno y distanciamiento simultáneo, de apropiación, destrucción y reconstrucción, imaginativa y profundamente sensible, del cuadrado. En cada obra hay un residuo de una deriva, y de operaciones que combinan el rigor de la técnica y el azar creativo con la libertad propia de la misma materia y sus transformaciones.
De lejos, esta serie, creada en polípticos de cuatro obras monocromáticas que retoman el rojo, el blanco y negro, y el amarillo de Mondrian, puede aparentar una apropiación pictórica de las búsquedas del neoplasticismo o del suprematismo; pero Hoyos no pinta con pincel hace 30 años. Su proceso técnico es clave para la comprensión de las implicaciones de su obra pues está marcado por una hibridez entre medios, paralela a sus tránsitos entre lo urbano-existencial y la expresión abstracta. Emula la pintura de cuadrados, que tienen relación con la construcción arquitectónica, con una suerte de impresión serigráfica única al óleo, y cuyo diseño parte de alguna de las fotografías que ha tomado a lo largo de sus derivas en trayectos del centro de Miami al barrio de Little River. “Mi ojo funciona ─dice─ como un lente cambiante que puede registrar planos generales de edificaciones o demoliciones, pero también acercamientos a detalles que al ampliarse semejan abstracciones”. Ha construido un vasto archivo, “un banco de fotografías”, dice, que contiene rastros de la urbanización acelerada en ciudades como Miami, y de su gentrificación, o registros del vértigo de las demoliciones, tanto como pausas en el acto de habitar un espacio, o de caminar como si no fuera a ninguna parte, mientras capta segmentos de rejillas, placas de acceso, y otros detalles. A veces los cuadrados provienen de registros tomados de periódicos o revistas.
En todos los casos, esas fotografías a color que digitaliza en blanco y negro; imprime en transparencias de acetato a modo de negativos; y traspasa a una plancha de seda cubierta de emulsión fotográfica; constituyen la matriz de las cuadrículas de la transformación urbana, que son la base de sus obras. “No salgo a cazar escenas: las imágenes vienen hacia mí”, puntualiza recordando la noche en que vio, en un edificio abierto por la mitad, “a modo de un tejido de madera, unas escaleras hechas para demoler”. Cada cuadrado monocromático proviene de una fotografía y testimonia su vivencia de la ciudad. En la segunda fase del proceso creativo, este artista formado en arquitectura vierte óleo, como si se tratara de una tinta serigráfica, sobre esas cuadrículas en seda para transferirlas así a un collage previamente construido: un soporte cuadrado de madera entelada con lino, lienzo o seda ha servido de escenario donde convergen un conglomerado de telas o papeles encontrados ─a veces en la basura─ que desbordan la bidimensionalidad del plano en un ejercicio compositivo construido a modo de ritual personal, tan aleatorio como afectivo, porque sabe que trabaja con residuos existenciales. Una vez la cuadrícula se ha traspasado al conjunto, Hoyos la interviene gestualmente: desarruga, levanta, desplaza, realiza cuidadosos movimientos sobre el plano con estos materiales aún empapados para develar nuevas formas, incluso insospechadas para él mismo. Luego las encapsula en un contenedor de madera ─cortado a mano e intervenido con los accidentes de la pintura─ que da una continuidad vital a cada una de esas volumétricas Redefiniciones del cuadrado que siguen sujetas al cambio matérico: “El óleo es orgánico y actúa aquí como sellador de los materiales y sigue transformando la tonalidad y consistencia de estos con el tiempo”, explica. Su gestualidad oculta, bajo capas de óleo, segmentos de imágenes en las que ha traspasado la fotografía espacio-temporal al marco atemporal del cuadrado. Ninguna de estas impresiones serigráficas al óleo que contienen registros urbanos y se asemejan a la pintura, pero convocan la tridimensionalidad de pequeñas instalaciones, puede tener ediciones. Es un ritual que repite obra a obra.
Si, como remarcaba Krauss, la presencia de la cuadrícula supone “una transferencia en la que nada cambia de lugar” [4], a Hoyos le entusiasma precisamente que los elementos físicos de sus obras están sujetos a las operaciones del azar mismo del papel doblado, del deshilado, y sean afectados por las condiciones externas. La abstracción esencial que hace de lo urbano ─territorio y andamiaje de su obra─ abraza la corrupción de la naturaleza cambiante de la materia, e incluso la frontera en que se deshace: si es tela se deshila, si es madera se mancha, si es papel se quiebra. Pero, al tiempo, rechaza la contaminación que inunda la cultura. Por ello, en esta serie excluyó el azul que usó Mondrian y el verde que este evitó, convencido de que el empleo urbano y mediático de ambos colores y de los nombres que lo designan se volvió un recurso visual y textual usado hasta el abuso para simular la idea de lo sustentable: sobreabunda en las imágenes que cubren demoliciones, y en los anuncios de proyectos de construcción ajenos al equilibro del entorno. En cambio, en esas composiciones geométricas asimétricas de colores primarios que, aparentando ser pinturas representan la energía propia de la creación que desborda la rejilla urbana, Juan Raúl Hoyos hace del azar en el que coinciden ritualmente imágenes y materiales encontrados un modo de conexión con las posibilidades de reinvención de la cuadrícula, en el arte y en la vida. Sabiendo que cada cuadrícula contiene rastros del modo de habitar un planeta hoy marcado por el aislamiento en cubículos sin pasajes, piensa que estamos llamados a vivir en modo “Re”: “Reinventarse, recomenzar, reevaluar, recomponer, redefinir la cuadrícula vital”.
[1] Krauss, Rosalind, “The Grid”, October, Vol. 9 (Summer, 1979), The MIT Press, Massachusetts, pp. 50-64 www.jstor.org/stable/778321.
[2] Ibíd. En su ensayo sobre el Neoplasticismo, Mondrian escribió que el arte, da expresión visible a la evolución del espíritu y, en sentido inverso, a la de la materia. www.theartstory.org/movement/neo-plasticism/
[3] Ibid
[4] Ibid