JORGE EIELSON, EL ÚLTIMO QUIPUCAMAYOC
La reivindicación del peruano Jorge Eduardo Eielson (Lima, Perú, 1924) se antoja fundamental, mucho más allá de cualquier motivación que resida en los números cerrados de las efemérides. Sin embargo, el trabajo que se está haciendo alrededor del centenario de su nacimiento muestra un esfuerzo titánico por la divulgación de uno de los artistas más polifacéticos de las artes y, quizá en su vertiente más conocida, de las letras del Perú contemporáneo.
Enmarcada en el rescate de su figura dentro de las artes plásticas, la retrospectiva que plantea el mexicano Patrick Charpenel en Travesía Cuatro agudiza una visión completa de la producción del limeño con la que pretende plasmar su esencia desde la presencia, abarcando desde la cronología de su intensa biografía a la muestra de obras representativas de sus distintos periodos.
No obstante, para Charpenel la figura de Eielson no es entendible sin su esencia, sin esa visión casi cosmológica y de arraigo producido por el desarraigo que le lleva a afirmar que el artista peruano fue el último quipucamayoc, el último narrador o hacedor de quipus según la tradición inca. De hecho, ese concepto puede notarse claramente en su obra tanto en lo físico y material como en lo espiritual, arrastrando al observador a ser testigo de una historia que subyace tras la aparente simpleza del lienzo anudado o de los nodos expuestos, ese mismo nudo que se torna fundamental en la descripción de un hecho, de un sentimiento.
Eielson encuentra en esa tierra de nadie entre el lenguaje contemporáneo de su entorno y de su periplo europeo y el tradicional de su geografía de origen un espacio en el que mostrar la posibilidad de la conjunción de ambas semiologías. Enmarcada su producción por su relación con Michele Mulas, sin la que no se puede entender la simbiosis entre parte de su lenguaje y la propia relación —con su apartado expositivo—, y fuertemente influenciada por la espiritualidad, el peruano muestra un gran conocimiento y acercamiento a sus raíces. Quizá influenciado por la distancia temporal y la desvirtuación del vínculo locativo, Eielson recupera la tradición en su entendimiento, la cosmología y la red que produce nuevos espacios y formas de expresión alrededor de lo mitológico y lo social que se disponen perfectamente en otro de los tres grandes espacios de la muestra y que atiende a la denominación, nada casual, de Línea de cien nudos.
Pudo mantener cierto equilibrio en esa búsqueda de lo innato y a la vez lejano sin desatender los nuevos lenguajes que surgían de Europa. Quien observe con calma Piramide di Tesutti (1970) podrá concluir que el material empleado rebosa de ese nuevo realismo de su mentor Pierre Restany, a la par que recuerda a la pirámide como símbolo ancestral y al triángulo más contemporáneo, lo que permite concentrar en una sola imagen la iconografía y la plástica del artista. Podría ser este un buen resumen esencial, pero se correría el peligro de pasar por alto la profundidad y complejidad de todo el ecosistema de Eielson, de esa cosmovisión que le permitió, desde un amplísimo rango de lenguajes y técnicas, desde la palabra y la poesía a la noción más plástica, materializar un legado imprescindible.
EIELSON quipucamayoc. Hasta el 27 de abril. Travesía Cuatro. San Mateo, 16, Madrid, Spain.