‘EL CHICO’ LABORATORIO DE LA NUEVA GENERACIÓN - ENTREVISTA CON JAVIER APARICIO
Emplazado en los límites de los barrios de La Latina y Embajadores, dentro de un complejo de oficios de los años 60, El Chico es uno de los espacios clave de la escena emergente que comienza a ocupar el centro de Madrid. Decimos espacio por dar una nomenclatura general y práctica. Sin embargo, su creador y director, Javier Aparicio (México 1985), conviene en que los límites de este proyecto no son tan importantes y que, en todo caso, si vamos a empeñarnos en definirlo, “El Chico es, por ahora, un Podcast con espacio”. “El podcast”, explica, “se ha vuelto una herramienta de reclamo para acercarse”.
El Chico era, en primer lugar, eso: la idea de producir, mediante conversaciones con artistas y agentes de la escena madrileña, una plataforma de podcast que fuera capaz de radiografiar lo que estaba sucediendo en la capital española. Pero una cosa llevó a la otra y el espacio físico, confiesa Aparicio, se le impuso. En enero de 2021, con el proyecto colectivo El Primero, el local 9 de Ronda de Toledo 16 abrió sus puertas. El aspecto de aquel proyecto fundacional fue una muestra clara de la propuesta que El Chico aterrizaba en Madrid: el desarrollo de una comunidad y un ecosistema propicio para artistas recién salidos de las academias.
¿Cómo realizaste el primer proyecto?
Era muy importante coger de los recursos cercanos. En mis primeros años en Madrid (2004 y 2005) trabajando para Travesía Cuatro tuve la suerte de conocer a artistas que fueron fundamentales para mi formación respecto al arte contemporáneo. Al volver, en 2019, empiezo a tirar de ellos. De esta manera, El Primero se transformó en una exposición en la que ellos invitaban a una generación más joven de artistas o a alguien que consideraran que tenía algo que decir en el momento que nos encontrábamos. Ahí aparecieron Silvia Olabarría, Juan de Sande, Guillermo M. Bermejo y María López Díez. Todos ellos me fueron introduciendo a otros artistas, incluso algunos que luego siguieron colaborando con El Chico, como Pepe Domínguez o Abel García, dos pintores sevillanos que tuvieron aquí sus primeras individuales.
Desde entonces, El Chico se ubicó en ese lugar inclasificable y sui generis. Una suerte de enclave cultural para artistas emergentes que, poco a poco, se vuelve un punto de encuentro para las nuevas generaciones de artistas y gestores culturales residentes en Madrid.
Los podcast, por otra parte, ya suman dieciséis.
¿Qué te trajo a Madrid a hacer esto?
En los últimos años trabajé en la consultora KCM Fine Arts, principalmente en pintura contemporánea norteamericana. En Estados Unidos, desafortunadamente, el arte tiene mucho que ver con la moda y los ciclos son muy cortos. En ese contexto, para entender qué es lo que funciona dentro de los mercados hay que identificar referentes. Los artistas que toman referentes sin copiarlos son aquellos que están desarrollando nuevos lenguajes y eso interesa. Luego el tiempo decide quiénes pasan a un nivel u otro.
Con ese conocimiento, al venir a España me encontré con que la pintura estaba absolutamente relegada. Y entendí que lo que faltaba era educación. La educación no puede delegarse completamente a la academia, es inútil. La academia hace lo que puede. Lo que estamos intentando hacer los espacios jóvenes en diferente medida y desde diferentes puntos, es ocupar ese vacío de formación…
¿Formación de coleccionismo en las nuevas generaciones?
No. Precisamente una de las grandes sorpresas ha sido esa. Por ejemplo, prácticamente todas las obras de la primera individual de El Chico ¾Todas las fiestas del mañana, de Irene Anguita (España, 1997)¾ fueron adquiridas por coleccionistas de la generación de Irene o la mía. Y eso me importa mucho: que se vaya desarrollando un tejido sólido. Desde esa exposición empecé a investigar cuáles son los intereses de la generación que estoy exhibiendo… Y, tal vez, una de las razones de que la cultura esté tan institucionalizada en España se debe a que hay una brecha, un agujero entre el principio y la media-carrera. Allí es donde hay que educar a las nuevas generaciones de artistas. A impulsarse, a moverse dentro de estos parámetros.
Al no estar tan inmersa en ese sistema del mundo del arte como se entiende en Estados Unidos las posibilidades que tiene Madrid para generar ese ecosistema, saludable y con potencial de autogestión, son inmensas.
Pero no sucede…
Claro, por muchísimos factores. El principal, creo, es el vacío que existe entre que un artista sale de la facultad hasta que se convierte en un artista de media carrera: en España no existen plataformas validantes y validadas. Lo más similar sería La Casa Encendida con el proyecto Generación, pero sigue siendo una institución y a las instituciones no puedes pedirles que sigan la carreara de un artista. Las instituciones brindan herramientas esporádicas, y está muy bien, porque el trabajo de acompañar es de las galerías, y muchas lo hacen, pero en España no hay galerías emergentes. Las hay buenísimas, Travesía, Helga de Alvear, Elvira González… Pero todas se ocupan de ese espectro de artistas consagrados y de media carrera. Y entonces seguimos cojos para ayudar a los que comienzan.
Once proyectos y poco más de un año después, El Chico ha logrado conformar, junto a otros proyectos jóvenes, una comunidad. Durante la semana del arte en Madrid, con Arniches 26, Intersticio, Sala Picnic, Habitación Número 34, Aparador Monteleón, nunca Nadie Nada No y PradiAuto llevaron a cabo una programación bajo el nombre Quintos. Tanto Javier Aparicio, como las personas detrás de estas plataformas emergentes, surgidas en los últimos dos años, plantean nuevas maneras de entender los espacios físicos, tanto desde una función estética y conceptual como de gestión. Quintos es, en conclusión, el primer síntoma de un nuevo tejido cultural que viene a actualizar la ortodoxa escena madrileña. Consecuencia, dice Aparicio, de la pandemia y las ganas de salir a hacer cosas, y de un “corte generacional”.
En los 50m² de El Chico se exhibe la segunda edición de Adentro/Afuera, un proyecto colectivo que comenzó gracias al apoyo de Margarita González Vázquez, vicedecana de la Facultad de Bellas Artes de la UCM, y que ahora, en la segunda edición, cuenta también con la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla.
Además de generar un espacio de interacción para artistas jóvenes en España, ¿qué pretende El Chico con el proyecto Adentro/Afuera? ¿Qué define a los artistas que integran la exposición?
Aunque de algún modo lo sea, esta exposición no está pensada como una cantera de artistas, sino como un ejercicio post académico de acompañamiento. Que estos artistas puedan contar conmigo y con El Chico cuando quieran... Al margen de que haya, o no, un vínculo de trabajo con ellos. Es precisamente por eso que no somos una galería.
Lo que busco en estos chicos es, principalmente, que la formación académica esté reflejada en sus obras y que tengan potencial respecto a la profesionalización de sus trabajos. Esto último tiene que ver con cómo se ediciona una obra, cómo se presenta a un coleccionista o a una galería, etcétera. Es, en definitiva, la parte de formación de la que hablábamos antes. Procuro compartirles todo lo que considero imprescindible.
¿Y la selección es siempre de una perspectiva local, de artistas residentes en Madrid?
Al comienzo quería hacer esto un poquito más internacional, pero me he dado cuenta de que no hace falta. Hay tanto que trabajar con lo que sucede aquí que estar trayendo artistas de fuera que sé que se van a vender… Eso es pan para hoy, hambre para mañana. Lo primero es ayudar aquí, conocer nuevos artistas aquí, hablarles de los referentes que yo asocio a sus obras y que a lo mejor ellos no habían visto. Para mi un buen artista es uno que finalmente se vuelve en signo de su tiempo, y para eso hace falta ver muchísimo y saber muchísimo. No puedes quedarte en ‘esto es mi cosmogonía’, hay otros 35 millones más como tú.
Por último, El Chico tiene una relación especial con la pintura. En este espacio se han exhibido obras muy dispares como la de Abel García (España, 1996) y Pepe Domínguez (España, 1997) ¾referentes de lo que Guillermo M. Bermejo denomina ‘nueva figuración andaluza’¾, Amaya Suberviola (1993) o Irene Anguita (España, 1997). Habiendo trabajado con ellos y observando a los pintores que pasan por esta casa, ¿por dónde dirías que va la pintura en esta nueva generación?
Si lo pensamos fríamente, España es un país, en términos modernos, nuevo. Sale de la dictadura en los años 80 cuando todo el mundo ya ‘producía modernidad’. Entonces todo tuvo que hacerse muy rápido y, quizás, una de las herramientas más efectivas fue denostando todo lo anterior, entre ellos los mejores pintores del mundo, y eso hizo mella… La Movida se convirtió en una suerte de propaganda.
Para formar parte de La Movida había que negar lo anterior…
Claro, pero ahora hay un corte generacional y los que vienen están volviendo a pintar.
¿Es un gesto de ruptura?
Es una primavera. Están rebrotando. La pintura no la puedes negar, menos en un país como este. La pinacoteca más importante del mundo está en Madrid.
Esta generación está volviendo a relacionarse con la pintura sin todos los yugos de esa ruptura violenta que supuso la transición. Porque ya no les toca, la primera vez que fueron al Prado a lo mejor tenían 11 años y no tenía ni idea de quién era Gordillo, por nombrar uno de aquellos productores de modernidad… Ni siquiera piensan en términos de abstracción o figuración. Entienden la pintura como medio para explorar cómo contar algo.
Si hubiera que plantear una temática que atraviesa a todos diría que es lo digital. En el caso de Amaya Suberviola es directamente ese ejercicio de traslación, lo mismo Irene Anguita. Todos están atravesados por una cultura digital. Y la pintura les ofrece múltiples maneras de expresar esa relación. Y en ese ‘cómo’ nos encontramos que la pintura tiene el mismo nivel, por ejemplo, que la escultura