GABRIELA AYZA ASCHMANN: SU LLAMADA HACIA (UNA LUZ) SALVAJE

Por Adriana Herrera Téllez | noviembre 15, 2022

La artista española-alemana Gabriela Ayza Aschmann (Colonia, Alemania, 1991) presenta en Tomas Redrado Art una serie de pinturas creadas en este 2022, como una experiencia de indagación en las fronteras expandidas del retrato que la fortalece. Es una práctica sostenida que realiza avanzando sobre el trasfondo de la historia de las vanguardias, pero que sobre todo hace como quien arranca páginas de su propia vida, para añadirlas al arte.

GABRIELA AYZA ASCHMANN: SU LLAMADA HACIA (UNA LUZ) SALVAJE

Sus pinturas contienen claves autobiográficas, incluyendo frases reveladoras ─a veces transgresoras─ manuscritas en los márgenes, y tienen una función especular: son imágenes de sí misma construidas a partir de autorretratos o de rostros encontrados de otras mujeres anónimas, pero también son retratos de índole ontológica que reflejan una generación nacida y formada entre múltiples modos de dislocación. Son pinturas que oscilan entre figuración y abstracción, y se balancean entre la creación y la destrucción de las formas y sus sentidos.

 

Ella busca un lenguaje capaz de enunciar una verdad que no posee, pero que persigue de un modo implacable en cada trazo y figura: está dispuesta a representar una y otra vez el deseo de los cuerpos, pero también cifra en su lenguaje signos del desencantamiento; la imposibilidad última de alcanzarse en otro ser, quizás. Y, además, para descender al abismo de la condición humana recorre las distancias que nos separan de los otros reinos, y pinta en las imágenes de plantas o insectos su propio reflejo, o el de la especie humana entera. Como Frida Khalo, que retrató los momentos más duros de su vida en las pinturas de naturalezas muertas, Gabriela Ayza se pinta, como quien se ata a las flores, hermanas de sí misma, sabiendo que el espíritu inmortal está en todos los seres.

Sus múltiples tanteos de un lenguaje surgido de encarar instante a instante la existencia, retoman a su manera la saga de sus antecesoras en la historia del arte: esas artistas mujeres ─como Marlene Dumas o Kiki Smith, o como Tracey Emin, por ejemplo─ que desde décadas atrás usaron la pintura (entre otros medios), particularmente del cuerpo, como anatomía de su vida emocional, como un medio para hacer disecciones erótico-afectivas que contienen el ethos y las contradicciones de la cultura contemporánea.

 

Gabriela Ayza ha renunciado a separar asépticamente arte y vida: deja que se cuelen en sus ficciones artísticas imágenes del archivo de su propia vida, y en su deseo de verla sin máscaras, con toda la crudeza requerida y con una sed abrasante de algo bello, recurre a una lupa minuciosa ─a veces tan cercana que produce una visión distorsionada─ y se inclina sobre sí misma para observarse, para retratarse, incluso en los primeros planos de las flores. Una obra clave auto-reflexiva, meta-artística, es Still Painting Flowers. Ella se persigue y se encuentra en pinturas neo-expresionistas, donde se retrata no sólo desdoblada en otros cuerpos que son un espejo donde observarse, dobles de sí misma, sino en naturalezas muertas con flores que han sangrado ─está segura de eso─ al ser cortadas. Tal vez piensa que ellas pueden proferir palabras tan ininteligibles como aterradoras, pero también, se inclina al pintarlas sobre su imagen para escuchar un mensaje cifrado, algo importante que quizás flores y plantas tienen que decirnos.

Entre la pintura y la sangre teñida de colores, chorreando en formas que pueden tener la apariencia de una floresta o de un cuerpo, hay zonas de manchas, gestos que gotean la expresión de algo que no se nombra nunca, pero que se derrama pintura a pintura (Los bordes extremos de sus obras ─que a veces pueden verse en los costados─ contienen manchas o palabras que son como pequeñas puertas de entrada a cada escena). No es el amor que indefectiblemente huye, apenas se toca: en sus pinturas las manos son a veces una forma indefinida que se diluye en otro cuerpo sin que tengan la facultad de agarrar, de tocar nada realmente. Apenas rozan otras manos o se alzan cubiertas de guantes, o no aparecen en el campo de visión, como ocurre en Silk House, donde los brazos están ocultos bajo la negra tela que deja en cambio al descubierto los senos desnudos, vagamente trazados.

Hay manchas o formas que tapan o cierran los sentidos en varios retratos y quizás sean expresiones del anhelo de atravesarlos hasta tocar algo otro, que a veces enuncian las palabras en los márgenes. Porque si la lengua del deseo fuera la única que articulara su mensaje, nada nublaría los ojos, las manos tocarían, nada sellaría las bocas. En cambio, como escribe a mano alzada: “Siempre se trata del cuerpo que quiere escapar (…) único objeto de piedad”. Arriba o debajo de los signos del deseo, lo inalcanzable, pesa.  La carne, turgente, tan roja en algunas obras, es también materia de sufrimiento: es el espacio de un combate en el que termina por pronunciarse un modo de negación o la sombra de algo que se aniquila. Hay una obra completamente abstracta, de maravillosa composición, hecha con pequeños segmentos que evocan pieles, desde el pálido rosa, hasta el café profundo, con goteos y zonas luminosas de expandido blanco, que hace pensar en la carne, vista no sólo desde dentro, sino desde toda la luz del misterio de la vida en lo profundo del tiempo y se llama Never Mom. Gabriela se asoma en esta pintura, pero también en un video conectado a esta, al agujero rosa de las membranas internas, como si extendiera su propio anhelo en el vacío para asir algo fuera del alcance. Y quiere atreverse a ir hasta el fondo más animal, hasta el confín de lo visceral, para tocar algo encendido que la ilumine por dentro.

Post-impresionismo, neo-expresionismo, pintura-después de la pintura, fotografía y traslados de los lenguajes gráficos a medios pictóricos para construir una poética fragmentada, cargada de ironía, y atravesada, aún más que por el deseo, por una urgencia de verdad como un imperativo al que su ser ─capaz de sentirse araña, lobo, pájaro, polilla sin boca, y flor que sangra cuando la cortan─ aspira. Lo que gotean sus pinturas en pálido rosa, rosas o grises, es un modo subterráneo de “dolor”. Pero esta palabra se vincula etimológicamente a la pasión, y su llama contiene lo que Gabriela recuerda de Andréi Tarkovsky: “Un impulso hacia lo infinito, hacia lo espiritual, hacia lo verdaderamente humano” que sólo es comunicable con imágenes. Hay belleza en sus flores sangrantes aun si ella corta las gotas que salpican y sus naturalezas muertas sólo contienen un tenue rastro de lo que ellas sufren y/o profieren; y hay belleza en la mirada de las mujeres que nos miran de frente en sus retratos, dispuestas, como ella, a quemarse al mirar la llama de lo oscuro. Y ascender hasta la luz.

 

 

MOM, LET ME BE AN ANIMAL FOR ONE DAY

Gabriela Ayza Aschmann

TOMAS REDRADO ART

8163 NE 2nd ave

Martes a sábados de 11am a 5pm

Hasta el 26 de noviembre

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