UNA CRÓNICA DE “BATUCADA”: LA PERFORMANCE DE MARCELO EVELIN

| septiembre 23, 2025

Por María Galarza

En el sótano de Casa do Povo, la performance de Marcelo Evelin desata un ritual de cuerpos, ritmos y desnudez que no permite anticipación. Una experiencia que obliga a mirar, respirar y atravesar el presente sin guía ni retorno.

UNA CRÓNICA DE “BATUCADA”: LA PERFORMANCE DE MARCELO EVELIN

5 de septiembre, 2025 – Casa do Povo, São Paulo, Brasil.

Casa do Povo es un edificio amplio, industrial, con tonos grises, arena y madera. En el techo cuelgan carteles de neón, y hay una cartelera que anuncia clases de yoga y sesiones de psicoanálisis grupal.

 

Entramos al sótano: amplio, con columnas y una acústica que reverbera todo. Nos acomodamos de pie en círculo. Globos con forma de corazón flotan en el techo. En el espacio, hay personas que se mezclan entre el público con máscaras negras que cubren sus caras, dejando visibles solo ojos y boca. De la nariz sale un pequeño cuerno. Caminan de forma extraña, se acercan, nos miran, nos rozan. La sala se silencia; la expectativa crece.

 

De pronto, empieza la Batucada. Marcelo Evelin, –autor de la performance– está allí, vestido de blanco, con ojotas y barba larga. Un espectador más. La música comienza: con tambores, piezas metálicas golpeadas con palos y un sonido ferroso y dominante que ocupa todo el tiempo y el espacio. La murga se mueve alrededor del público, pero sin prestarle demasiada atención.

El grupo se dispersa, se mezcla entre el público y se vuelve a unir por momentos, marcado por el ritmo de la música: un ejercicio de expansión y contracción. La respiración del sonido. Veo a uno de los performers sacarse el pantalón y a otra desabrocharse la camisa de jean azul oscuro. Sé que terminarán desnudos. Y sucede. El ritmo continúa, se intensifica: más rápido, más volumen, movimientos más amplios y veloces. No hay sucesión ni concatenación de eventos; de pronto parece que siempre estuvieron así. Solo hay presente.

 

Las luces se apagan; la “Batucada” se traslada a una esquina. Todos los seguimos. Se acomodan en fila, que luego parten para seguir bailando. Se mueven arriba y abajo, sacuden todo el cuerpo. No gritan. Algunas luces iluminan sus cuerpos de forma intermitente. Celebración, alerta, efervescencia.

Luego van hacia el centro de la sala, trazando una fila diagonal que divide el espacio en dos. Todos los performers miran hacia el mismo lado. Los instrumentos cambian de melodía y ritmo sin plan previo. Algunos quedan mirándolos de frente, otros solo podemos ver sus cuerpos de espalda. Los globos siguen en el techo; unidos entre sí. Empiezan a tocar más lentamente. El silencio es ambiguo; no sabemos qué vendrá.

 

Pero arrancan de nuevo, con más fuerza. Cuerpos que se expanden y contraen; se acercan, hay olor, un contacto que da miedo y fascinación. Me acostumbro a la desnudez. Dos espectadores se tapan los oídos. Otros bailan con ellos, sin máscara, rígidas, con los ojos abiertos.

El grupo se mueve a una esquina; retroceden, dándole la espalda al público, empujándonos, forzándonos a movernos con ellos. Se juntan en el centro, se tiran al piso, se abrazan. Un comportamiento de criaturas poseídas, pero no amenazantes. Reconozco algunos fragmentos de melodías, pero nunca estoy segura. La intensidad alcanza un punto sin retorno; algunos espectadores se cansan, yo sigo hipnotizada. Me pregunto cómo terminará, pero no puedo anticiparme. No hay proyección ni retrospección.

 

Hasta que se abren las puertas y, poco a poco, la Batucada va saliendo del espacio. Sube las escaleras a medida que el sonido baja. El grupo se desinfla. Yo quedé detrás, espero impaciente mi momento para salir del espacio. Pienso que se termina, pero los sigo viendo: acostados boca abajo, dispuestos en la salida del edificio, mitad adentro, mitad en la calle.

Cuerpos desnudos en una especie de alfombra humana que tímidamente los espectadores tenemos que esquivar para no pisar. Nadie quiere ser irrespetuoso y, sin embargo, lo que estamos haciendo al pasar por al lado de los cuerpos se ve –y se siente­– fuera de lugar.

 

Evelin observa, tranquilo. Las luces iluminan los cuerpos que siguen acostados.

 

Esta performance formó parte del programa inaugural de la 36ª Bienal de São Paulo en Casa do Povo, un proyecto que busca abrir los espacios de la ciudad a experiencias artísticas que combinan participación colectiva, cuerpo y música. La inclusión de Batucada en la Bienal marca el debut de Marcelo Evelin en São Paulo con esta obra, una propuesta que atraviesa los límites del teatro y la performance, que sitúa al público en el centro de la experiencia.

 

Performers

Pedro Martins Karam, Armr'Ore Erormra, Módolordo Lima, Daniela Moraes Biá Torres, Giovanna Monteiro, Kaiala De Oliveira, Marco Xavier, Lívea Castro, Francisco Ferraz, Tatiana Melitello Washiya, Helena Veliago Costa, Tomás Decina, Cléia Plácido, Vinicius Brasileiro, Erivelto Viana, Giselle Jardim, Jhonas Araújo, Flora Dias, Fabrício Boliveira, Tenca Silva, Marina Dubia, Feliz Trovoada, Bibi Dória, Jerônimo Sodré, Bruna Spoladore, Beatriz Solar, Tamara Soriano, João Victor Matheus Cavalcante, Thauanna Cristina, Módolo.

 

*Imagen de portada: Marcelo Evelin, Batucada, Act 1 (2014_2025) © Levi Fanan. Cortesía de Fundação Bienal de São Paulo.

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