ALBERTO REBAZA: COLECCIONISMO Y RESIDENCIAS EN PERÚ

Por María Galarza

Alberto Rebaza es uno de los coleccionistas más influyentes del Perú. Comenzó su colección a fines de los años 90, motivado por el renacimiento del arte contemporáneo peruano. Junto con su esposa, Ginette Lumbroso, ha expandido la Colección Rebaza hacia artistas latinoamericanos y europeos, con una mirada sensible a los vínculos entre arte y cultura. Además, lideran una residencia artística, desde donde promueven el intercambio entre creadores internacionales y la escena local. En diálogo con Arte al Día, comparte su visión sobre el coleccionismo, el valor de las residencias y el rol del arte como herramienta de conexión.

ALBERTO REBAZA: COLECCIONISMO Y RESIDENCIAS EN PERÚ

La Colección Rebaza comenzó enfocada en arte peruano contemporáneo, luego se expandió hacia América Latina y Europa. ¿Qué les interesó de abrir ese campo geográfico y conceptual? 

 

Comencé a coleccionar arte peruano contemporáneo a finales de los años 90, principalmente porque, al regresar de Estados Unidos, quedé muy impresionado por la movida artística que se estaba desarrollando en el Perú. Me sorprendió la calidad de los artistas peruanos que ya existían en esa época y la conexión del arte contemporáneo con raíces históricas peruanas muy profundas. No hay que olvidar que la cultura peruana es una de las pocas culturas milenarias que existen en el mundo, y eso influye enormemente en su arte contemporáneo.

 

Además, me di cuenta de que mi actividad como coleccionista tenía un impacto importante en la escena artística local. Las galerías recién comenzaban a recuperarse después de los años difíciles de los 70 y 80. Los artistas peruanos contaban con mayor difusión, gracias a las mejoras económicas que se habían producido, y apoyar, impulsar, colaborar y aportar a la escena artística peruana me pareció algo muy estimulante.

 

Después, como consecuencia de mi trabajo y de las asesorías que brindaba a distintos clientes que invertían en Latinoamérica, comencé a viajar desde México hasta Chile, pasando, obviamente, por Argentina, Colombia, entre otros países. Poco a poco, descubrí que el arte también era una forma muy interesante de entender los países en los que hacía negocios. Era una manera de apreciar aspectos de esas sociedades que iban más allá del mundo empresarial, y que me permitía conectar con su cultura desde otro ángulo.

 

Además, me pareció fantástico empezar a descubrir artistas y establecer vínculos con ellos y con galerías en países distintos al mío. Con el tiempo, pasamos de adquirir principalmente obras de artistas mexicanos, colombianos y argentinos, a incluir también a otros artistas latinoamericanos y, más recientemente, a artistas brasileños.

 

Tanto para vos como para tu esposa Ginette, coleccionar es una forma de acercarse y profundizar en el conocimiento de las sociedades a las que pertenecen los artistas, ¿por qué piensan eso? ¿de qué manera se da ese acercamiento?

 

Definitivamente, coleccionar es una forma fantástica de acercarse y profundizar en el conocimiento de otras sociedades. Incluso los artistas que no trabajan necesariamente desde un enfoque conceptual, político o social —sino aquellos influenciados por corrientes más abstractas, geométricas o minimalistas— tienden a desarrollar su obra a partir de elementos que surgen de su entorno y de las influencias culturales de sus sociedades.

 

Y aun si ese no fuera el caso, el simple hecho de coleccionar y vincularse con otros coleccionistas, galeristas, artistas, curadores, museos o espacios públicos permite tener un acercamiento muy particular a esas sociedades.

 

Nosotros, con mucha alegría, vamos a Ciudad de México, a Buenos Aires, a Bogotá, a São Paulo, y allí encontramos amigos, referentes artísticos que nos interesa explorar. Siempre tenemos una lista de galerías que nos gusta visitar y, si además el viaje coincide con alguna feria de arte, donde se conocen otras personas vinculadas al mundo artístico, entonces la experiencia se vuelve doblemente gratificante. No solo desde el punto de vista del coleccionismo, sino también en lo personal: es una experiencia de aprendizaje, de conexión, de sensibilidad, que no suele darse tan fácilmente en un viaje de turismo o de negocios.

 

¿Cómo nació la idea de la residencia? ¿En qué momento sintieron que querían dar ese paso más allá de coleccionar? 

 

Bueno, la residencia nació precisamente de ese aprendizaje. Conocimos a otros coleccionistas que también sentían que su contribución al mundo del arte podía ir más allá de adquirir obras. Algunos impulsaban a artistas emergentes, otros participaban en temas institucionales, como miembros de comités de adquisiciones de museos en su país o en el extranjero. Y algunos desarrollaban residencias para artistas.

 

En nuestro caso, nos interesó todo. Nos encanta apoyar a nuevos artistas. Hemos participado activamente en distintas organizaciones: el Reina Sofía, el Guggenheim, el Patronato Cultural del Perú y, muy especialmente, en el Museo de Arte de Lima, donde yo soy presidente y Jeanette es miembro del comité de subastas.

 

El proyecto de la residencia, lejos de ser un proyecto institucional, es un proyecto familiar de Ginette, mi esposa, y yo. Nos dimos cuenta de que podíamos contribuir a la escena artística peruana trayendo artistas internacionales que desarrollen en el Perú procesos de investigación, aprendizaje y conexión con artistas locales. De esa manera, no solo apoyamos el desarrollo de los residentes, sino también el de los artistas peruanos, al generar redes de contacto que pueden impulsar sus carreras.

La residencia comenzó de forma casual. Yo ya tenía la idea en mente, y justo se puso en venta la casa vecina a la nuestra. La compramos para desarrollar ahí el proyecto. Nos pareció ideal tener una residencia en un lugar tranquilo, que permitiera a los artistas trabajar, reflexionar y vivir con calma. También nos gustó que estuviera tan cerca de nuestra casa, lo que nos permitía interactuar con ellos más fácilmente.

 

¿En qué momento sentimos que queríamos dar un paso más allá del coleccionismo? En realidad, coleccionar ya implica muchos pasos. No se trata solo de comprar obras. Implica primero aprender: mirar, visitar ferias y museos, leer, participar en conferencias, conversar con artistas, galeristas y otros coleccionistas. Después vienen las decisiones, las dudas, las elecciones entre unas obras y otras. Luego, el seguimiento: estar atento al desarrollo de los artistas, a sus nuevas exposiciones, a cómo evoluciona su trabajo.

 

Ese seguimiento muchas veces se convierte en un respaldo activo. A veces se da desde lo institucional, impulsando a artistas a través de museos. Y otras veces, como en nuestro caso, a través de una residencia, que les brinda espacio, tiempo y vínculos para crecer y crear.

 

¿Cómo dialoga la colección con la residencia?

 

Evidentemente, al ser un proyecto familiar, la residencia está muy influenciada por la mirada de Ginette y la mía en cuanto al tipo de arte y de propuesta que nos interesa. Sin embargo, la apertura ha sido enorme desde el inicio. Aunque originalmente la pensamos como una residencia para artistas emergentes o, a lo sumo, de media carrera latinoamericanos, hemos terminado recibiendo artistas de otras regiones y trayectorias muy distintas.

 

Han pasado por la residencia artistas europeos como Marlena Kudlicka de Polonia, Frank Madler de Alemania, Robert Ferrer y también Maillo de España, y también artistas con una trayectoria consolidada, como Miguel Ángel Ríos, artista argentino-mexicano. La verdad es que somos muy abiertos respecto a las propuestas que recibimos, y con el tiempo hemos aprendido a fortalecer aún más esa apertura. Incluso, en una ocasión, trajimos a un colectivo muy joven formado por un artista venezolano, uno colombiano y uno argentino. Esa experiencia fue muy enriquecedora.

 

Creo que lo más importante es que la residencia nos sigue permitiendo aprender y ampliar nuestras propias fronteras, no solo como coleccionistas, sino como personas interesadas en seguir impulsando el crecimiento de la cultura y de la escena artística.

¿Cómo fue su experiencia con la reciente residencia del artista Tony Vázquez Figueroa?

 

En el caso de Tony, confluyen todos los aspectos que buscamos en una residencia. El trabajo de Tony Vázquez Figueroa combina una reflexión profunda sobre Venezuela y el petróleo —como elemento central en su economía y en muchos aspectos de su sociedad— con una estética impecable. Su obra tiene una belleza geométrica muy latinoamericana, rica en texturas y visualmente muy interesante.

 

Al mismo tiempo, la residencia le ofrece una oportunidad única para enriquecer su trabajo a través del contacto con una cultura tan importante como la paracas. Sus tejidos y formas evocan referencias geométricas, abstractas y concretas de una potencia visual notable.

 

Creo que esta experiencia va a marcar un punto de aprendizaje significativo para Tony, y estoy convencido de que sabrá aquilatarlo profundamente en el desarrollo de su obra en los próximos años.

¿Cómo ven el rol del coleccionismo privado en el fortalecimiento del arte latinoamericano a nivel global?

 

Siempre he pensado que los artistas, al igual que los deportistas, necesitan desarrollar sus carreras con el apoyo de una afición. Para mí, es fundamental que los coleccionistas apoyemos a los artistas. Que los coleccionistas peruanos respaldemos a los artistas peruanos, y que los coleccionistas latinoamericanos apoyemos a los artistas de nuestra región.

 

Con esa base —o mejor dicho, con esa plataforma fundamental de respaldo local— es que los artistas latinoamericanos pueden proyectarse hacia otras audiencias y aspirar a un reconocimiento global. En este sentido, el coleccionismo cumple una misión clave en el desarrollo del arte.

 

El coleccionista, al estar más cerca de ciertos artistas o de una región específica —como en este caso, Latinoamérica— cumple un rol de validación. Es una referencia, un impulso para que ese artista pueda ser visto con otros ojos: por galeristas, coleccionistas o instituciones de otras partes del mundo.

 

Por eso, el rol del coleccionista es tan importante como el de la hinchada para un deportista. Ese respaldo es necesario. Y, claro, los coleccionistas validarán los trabajos que realmente lo merezcan. Pero cuando se da esa combinación entre artistas, coleccionistas y, por supuesto, galeristas, se genera la energía y el empuje necesarios para que el artista crezca y dé un salto más allá.

 

¿Hay alguna obra o artista que marcó un antes y un después dentro de su colección? 

 

Sin duda, hay obras y artistas que nos han marcado. Un artista que me marcó desde el principio fue Armando Williams, un artista peruano. Compré una obra suya hace ya 25 años, fácilmente. Es una pieza que veo todos los días, y todos los días pienso que la volvería a comprar. Una y otra vez.

 

Durante el encierro por la pandemia, ese sentimiento tomó un nuevo significado. Sentir que mi familia pudo atravesar ese periodo tan difícil rodeada de arte, de obras que nos alegraban la vida y nos daban consuelo frente a la incertidumbre global, reafirmó mi compromiso con el arte. También me permitió valorar aún más la fortuna de vivir en una casa donde cada rincón está lleno de piezas que despiertan interés, curiosidad, emoción.

 

Y siento que la gran mayoría —por no decir todas— las obras que tenemos en la colección son piezas que volvería a elegir una y otra vez. Eso demuestra que el coleccionismo no es solo adquirir objetos. Es casi una forma de vida. Una manera de relacionarse con el mundo, con la gente, con las ideas. Los que estamos cerca del arte sabemos lo complejo que puede ser este mundo, pero también lo afortunados que somos de poder vivirlo.

 

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