JOAQUÍN SÁNCHEZ EN EL UNIVERSO PINTA: UNA BÚSQUEDA DE DIÁLOGO Y REFLEXIÓN
Joaquín Sánchez es un artista multidisciplinario cuyo trabajo se ha nutrido de los saberes y haceres de comunidades indígenas y populares de Bolivia y Paraguay con las que desarrolla procesos colaborativos desde más de dos décadas. Sus propuestas, si bien abarcan un amplio espectro de lenguajes y discursos, reconoce ejes precisos vinculados a la historia y la cultura ancestral de los pueblos que habitan el territorio que ambos países se disputaron hace casi un siglo, así como a su propia historia, en una suerte de etnografía personal hecha de fragmentos de memoria.
¿Cómo llegaste a convertirte en un artista multidisciplinario, trabajando en cine, video, instalación, performance y esculturas?
Creo que tengo dos momentos o recuerdos nítidos. En Paraguay me crie con mis abuelos en el campo, en un pueblo pequeño que está como a 50 minutos de Asunción. Siempre tuve esa relación entre una ciudad más grande y vital y este pequeño pueblo que se llama Barrero Grande (Eusebio Ayala). Mi abuelo tenía en la casa un taller donde se arreglaba todo, desde bicicletas, autos, máquinas, lo que sea. Y a mí me encantaba andar por ahí y ver todo lo que había en ese espacio. Yo con mi abuelo tenía conversaciones que de niño no terminaba de captar, pero que luego fui entendiendo. Y él me decía que el arte tenía que ver con algo mucho más grande y más profundo que solo la forma. En ese momento no lo entendí, pero creo que ese ha sido el punto de partida de mi búsqueda, una búsqueda multi-disciplinaria.
Un segundo momento fue cuando fui a Buenos Aires de vacaciones cuando terminé la secundaria y me enamoré de la ciudad. Me encontré con todo lo que ofrecía culturalmente. Fue muy importante esa etapa porque conocí a mucha gente, estaba tratando de estudiar en la UBA la carrera de arte, pero por otro lado fui al Teatro Colón y al San Martín porque me gustaba esa disciplina. Además, tenía un grupo de amigos en donde algunos estudiaban cine, entonces también los ayudaba con la escenografía. Esa colaboración se da mucho en la Argentina, sobre todo en esa época a finales de los 90, y me marcó mucho. Iba saltando de un lado para el otro, tratando de buscar lo que mi abuelo me había dicho, lo que va más allá de la forma del arte. Y eso me volvió un artista multi-disciplinario. Luego el interés que tenía en el arte conceptual y en el arte contemporáneo también me fue llevando a descubrir otros lenguajes.
¿Cómo seleccionás esas imágenes o palabras que te sirven de punto de partida en tu proceso creativo?
Mi abuelo tenía un cine ambulante que funcionaba como combi, y que marcó mi vida: las imágenes en movimiento, la edición de las películas, el viaje por diferentes pueblitos proyectando imágenes en las calles, en las escuelas. El cine no tenía un fin comercial, sino esta idea de ir conociendo el país. Yo disfrutaba mucho de eso y siempre estaba cerca de las imágenes; coleccionaba las películas que se portaban. El cine fue un gran disparador: se hace equipo, es multi-disciplinario, trabaja con la imagen y la palabra. Mucho de mi trabajo tiene que ver con entender cómo contar historias.
Yo siempre empiezo mi trabajo como si fuera un guion de cine, aunque la obra termine siendo una escultura. Mis obras son películas desplegadas en algún sentido. Creo que este vínculo con el cine ha sido muy orgánico para mí porque más de la mitad de mi producción artística terminó siendo audiovisual. También estudié cine y hago mucho trabajo relacionado a dirección de arte y diseño de producción. Entonces estoy muy vinculado con el lenguaje y es algo muy cercano a mi práctica.
¿Qué papel juega tus experiencias personales y las crónicas familiares en tu trabajo artístico? ¿Y tu conexión con las comunidades con las que trabajaste?
Creo que el arte es una constante excavación que te lleva a algún momento de tu historia personal: ¿de qué más puede uno hablar si no es de lo que está en las profundidades de su piel? Eso me lleva a remitirme a momentos familiares o históricos que vive un país, o también conflictos que se generan en las comunidades.
Siempre está este punto de partida de lo personal que luego termina en un espacio más amplio que sería lo comunitario. No podría trabajar en algo que no me afecte, que no me infecte.
Yo conecté con mi herencia guaraní al vivir en Bolivia. Ahí fui entendiendo gran parte mi práctica artística. Me encontré entendiendo el arte contemporáneo desde ese lado, junto a las comunidades. Parto de mi historia personal y se desencadena un espacio más amplio, otros saberes. Me conecto con eso y ahí sí siento que estoy tratando de responder lo que me decía mi abuelo, que el arte tenía que ver con algo mucho más grande, que podíamos hablar de espiritualidad, ritualidad, de lo comunitario, de compartir, de todas las cosas que me atravesaban.
Cuando viví en el Chaco con una comunidad guaraní aprendí esta filosofía que tenían ellos de ver con los oídos. O que tienen solo una palabra para llamar al verde y al azul. Esas formas de pensar a mí no solo me partieron la cabeza, sino que también de ayudaron a trazar mi camino y mi búsqueda artística. Todo eso te genera muchas preguntas que uno va añadiendo a su lista normal de inquietudes cuando uno investiga, crea y hace.
En tu obra, a menudo exploras la memoria personal y la historia colectiva. ¿Cómo consideras que tu trabajo contribuye a la reinterpretación de la historia y la memoria de una región o cultura en particular?
Como yo hablo guaraní al vincularme con las comunidades guaraní del Chaco boliviano se rompió el hielo más fácil y empezamos a compartir muchas cosas desde lo humano. Siempre es preguntarse ¿cómo podemos mirar desde otro ángulo y nutrirnos de eso? Compartir estas experiencias con las comunidades a mí me han ayudado mucho a entender la vida, el arte. Creo que es importante que haya ese espacio de diálogo, de conversación, de intercambiar puntos de vista. Es necesario. Y es esa experiencia luego se transporta a otro lugar. A otro espacio para que la gente sepa que eso también existe. Muchas comunidades se fueron perdiendo, ya no hablan la lengua, muchas tradiciones que a veces pasan de largo o no alcanza una vida para que se sepa que eso existía.
Por ejemplo, en Bolivia existía una comunidad –los Pacahuaras– que han decidido no reproducirse y han desaparecido. Porque no estaban de acuerdo con lo que estaba pasando con el mundo, con los bosques, con la tierra. Y es importante ver y saber que eso existía, que esa forma de mirar el mundo estaba. Tener espacios de diálogo para explorar estos temas que son vitales para la humanidad.
Participaste en Pinta Sud en la instalación en Casa M y ahora en breve vas a ser parte de la edición de Pinta BAphoto… ¿Cómo fue tu experiencia en ambas ferias? ¿Qué diferencia ves? ¿Qué faceta de tu obra pensás que refleja cada feria?
Yo le agradezco muchísimo a Pinta Sud. En la primera edición estuve presente con una muestra en una galería en Asunción y en la segunda edición con una instalación site-specific, con un edificio que estaba en construcción, que requería que comprenda el lugar a ver qué podía funcionar. Era interesante eso para mi propio proceso de creación también porque nunca había trabajado en un lugar así, tan vivo, en proceso. Pensamos en mostrar algunas piezas audiovisuales, hacer una mezcla con objetos, proyecciones y una instalación. Era una oportunidad para exponer mi trabajo utilizando la técnica paraguaya de ñandutí, que significa tela de araña, y entonces la idea era invadir este espacio con una especie de ecosistema de obras. Fue una intervención de un solo día y me dio la oportunidad de revisar obras y ver cómo dialogaban esas obras dentro de ese espacio. Yo descubrí muchas cosas dentro de mi propia práctica y también lidié con el reto de ver cómo activaba esas obras en la feria.
En Pinta BApoto, más relacionado con las imágenes en movimiento, reflexioné sobre cómo la fotografía ha sido una constante en todo mi trabajo. Siempre re-fotografío fotos de archivo, interviniendo, creando nuevos paisajes a través de la tecnología. Siempre estuvo muy trasversal a mi práctica y fue algo orgánico. Pensar otra vez en una instalación y un espacio diferente como lo es la ciudad de Buenos Aires me da mucha curiosidad; a ver qué activa esta nueva propuesta. Ambas experiencias son muy enriquecedoras.