IRENE GELFMAN: ENTRE ESCENAS, ARCHIVOS Y TERRITORIOS

Por María Galarza

Contar, narrar, curar implica una perspectiva. Desde dónde se cuenta, hacia quién se cuenta, cuáles son los puntos de apoyo que se asumen a la hora de pensar una exposición. A la hora de diseñar una historia. Irene Gelfman es curadora, crítica de arte y gestora cultural argentina. Se formó como historiadora de arte y curadora. Hoy, es curadora global de Pinta.  

IRENE GELFMAN: ENTRE ESCENAS, ARCHIVOS Y TERRITORIOS

A lo largo de los últimos años tuvimos varias conversaciones con Irene. Nuestros trabajos suelen encontrarse en una zona común: ambas pensamos, desde distintos lugares, en acompañar y difundir el arte latinoamericano. Hay un diálogo que se sostiene en el tiempo y que nos permite entender mejor cómo se narran hoy las propuestas artísticas de la región. De ese intercambio nace esta entrevista.

 

¿Qué fue lo que te atrajo de la curaduría cuando empezaste, y qué sigue motivándote hoy?

 

Siempre me atrajo la posibilidad de desarrollar discursos visuales y de trabajar muy de cerca con artistas y obras. Me interesó desde el inicio el trabajo en el taller, ese diálogo para descubrir qué se quería plantear con cada muestra: por qué hacerla, qué la iba a diferenciar, cuál era el gesto significativo de su práctica que debía trasladarse a una propuesta espacial.

 

Siempre disfruté transformar los espacios, construir paredes, intervenirlos desde el diseño, usar el montaje para acentuar aquello que aparecía en las conversaciones con los artistas. Cuando trabajé con archivo, como en la muestra de Alicia Penalba* el desafío fue cómo traerla al presente y ponerla en diálogo con un artista contemporáneo —en ese caso, con Laura Ojeda Bär— para generar líneas generacionales entre prácticas distintas. Ese tipo de cruces siempre me interesó.

 

Hoy todo eso sigue siendo lo que más disfruto: el proceso previo y el montaje.

 

*[La exposición Una colección de bolsillo con Alicia Penalba y Laura Ojeda Bär. Con curaduría de Irene Gelfman. Abril-julio 2022].

 

En Pinta ocupás un rol clave como curadora global. ¿Cómo describirías el enfoque curatorial que guía hoy al proyecto?

 

Este es mi cuarto año a cargo de la curaduría global. En este tiempo fui construyendo una mirada unificadora que potencie a Pinta como plataforma de arte latinoamericano. El primer paso fue generar un lenguaje común entre los distintos proyectos: que las ferias compartieran secciones, que hubiera elementos transversales, homenajes y diálogos entre lo histórico y lo contemporáneo, junto con propuestas de artistas más emergentes. Me interesa mostrar la potencia del arte latinoamericano en todo su espectro.

 

También fuimos trabajando cada vez más los Open Files. Nacieron en pandemia y dieron un giro total al trabajar con equipos audiovisuales locales y con Arte al Día, la línea editorial de Pinta, para darles una mirada más cuidada y convertirlos en una vidriera de artistas de cada país.

 

Buscamos que en cada Art Week y feria se muestre lo propio y lo más destacado de cada escena, siempre en diálogo con los agentes locales. Para mí es fundamental construir desde esas voces que ya vienen trabajando: así las propuestas curatoriales ganan riqueza.

 

Otro eje fue desde la comunicación de Pinta, mostrándola como un proyecto integrado y no como piezas aisladas. Un ejemplo: en Buenos Aires, en la última edición de Media Point, incluimos un Solo Project de Donna Conlon, una artista que vive en Panamá. En 2023 y 2024 hicimos algo similar trayendo a artistas de Pinta Asunción como Fernando Allen y Joaquín Sánchez. La idea es aprovechar la plataforma para generar circulación más allá de cada ciudad.

 

Todo eso va tejiendo una gran red de artistas, curadores y gestores que excede a Pinta y fortalece las alianzas regionales. En esta misma línea se renovó el FORO, que ahora funciona realmente como un espacio de encuentro, intercambio y reflexión colectiva.

Coordinás equipos y proyectos en distintos países. ¿Qué aprendiste sobre trabajar entre distintas culturas y modos de producción?

 

Lo más interesante es ver que dentro de cada país existen múltiples centros y periferias, y que muchas veces los puntos de encuentro no están donde una imagina. Es importante trabajar dentro del lenguaje, el humor y la sensibilidad propia de cada lugar, y adaptarse. Es un gran ejercicio de apertura y de aprender a pensar las formas de otra manera.

 

Conocer otros países, escenas, curadores, artistas y galeristas es profundamente enriquecedor en lo profesional y también en lo personal. Pero a la vez implica un desafío: no caer en lugares obvios y estar dispuesto a la readaptación constante.

 

La noción de territorio está siempre en tensión. En Asunción, por ejemplo, no es lo mismo lo que ocurre en la ciudad que lo que pasa apenas te desplazás un poco. Lo mismo sucede ahora que pensamos la expansión de las Art Weeks hacia Centroamérica: es una región muy diversa en historias, migraciones, procesos políticos y geografías. Todo eso transforma cómo se entiende el territorio.

 

Por eso creo que hoy es fundamental pensar desde una mirada regional, sin descuidar lo propio, pero apoyándonos en la red latinoamericana para construir discursos válidos desde acá, sin mirar siempre hacia afuera.

¿Qué desafíos sentís que tiene hoy la curaduría en América Latina? ¿Qué significa para vos curar desde Argentina o desde Latinoamérica?

 

Para mí, hoy el gran desafío personal es ser curadora y ser madre. Es un mundo que exige movimiento constante: viajar, asistir a eventos, estar presente en distintas escenas. Y eso implica ausencias en el hogar, un choque fuerte entre lo profesional y lo maternal que comparto con muchas colegas.

 

Por eso es importante dar voz a las mujeres: enfrentamos desafíos distintos. Si mirás alrededor, muchos lugares siguen ocupados por voces masculinas, no por falta de voces femeninas, sino por la dificultad concreta de sostener esos ritmos.

 

A nivel regional, creo que el desafío es seguir posicionándonos desde una identidad propia, sin caer en exotismos que aparecieron en los últimos años. Sostener nuestras narrativas sin diluirlas.

 

¿Qué te atrae de ser curadora en esta época y qué te hace ruido? ¿Hay algo que sientas que está en crisis o que necesita repensarse?

 

Me atrae la posibilidad de trabajar colectivamente con artistas y colegas para construir discursos desde una polifonía, no desde una voz única. Creo que ahí aparece la oportunidad de imaginar nuevas narrativas y nuevas genealogías del arte.

 

El mayor riesgo es caer en exotismos o en lugares obvios. Y otro gran desafío es el lugar que ocupamos las mujeres en la escena: que nuestras voces sean cada vez más válidas y que se consideren cuestiones materiales, como la maternidad, que no son menores.

 

También creo que necesitamos repensar la idea de que cada curador debe tener un único tema de investigación. Hoy trabajamos en red, podemos construir equipos que aborden distintos saberes y no quedar encasillados en una categoría o identidad. Esa apertura me parece mucho más interesante.

¿Qué temas o preocupaciones atraviesan hoy tus proyectos curatoriales?

 

Mis proyectos hoy están atravesados por revisiones históricas que en su momento quizás no fueron tan atendidas y que me interesa volver a mirar. También trabajo mucho con video, un medio que a veces queda relegado y que me parece una materia riquísima.

 

Sigo haciendo cruces generacionales entre artistas históricos y contemporáneos para repensar los contextos en los que cada obra fue creada. Y me interesa profundamente el estudio de la materia, detenerme en las piezas en su dimensión material.

¿Hay algo que te interese desmitificar desde tu rol?

 

Me interesa desmitificar la idea del curador como figura glamorosa. Es un trabajo que exige mucho estudio, esfuerzo y rigor, y a veces queda asociado a algo más superficial.

 

También creo que es importante abrir espacio a otras voces. Muchas veces se legitiman unas pocas, que parecen ser las que determinan procesos, estéticas o identidades. Me interesa ampliar ese espectro.

 

En los últimos años se empezó a pensar en los jóvenes coleccionistas de arte. ¿Cómo ves esa escena? ¿Qué características o sensibilidades encontrás en los nuevos coleccionistas con los que dialogás desde Pinta?

 

Hay un nuevo coleccionismo joven con una sensibilidad muy interesante. Les importa la historia de las obras y el vínculo con el artista; cuando ese diálogo se establece, realmente generan un lazo con la pieza.

 

Es fundamental fomentar nuevos públicos, nuevas escenas y nuevos compradores. También desarrollar una dimensión educativa: en Pinta trabajamos para que todas las ferias tengan visitas guiadas no solo para especialistas, sino también para el público general, espacios para chicos, experiencias que permitan que la familia entera viva la feria. Eso forma nuevos públicos.

 

El nuevo coleccionismo se siente cómodo en Pinta por la escala boutique, que facilita un contacto cercano con galeristas y artistas. Además, son personas muy informadas, con mayor acceso a la información y con interés en mantenerse así. Eso también es muy estimulante.

 

*Imagen de portada: Irene Gelfman. Cortesía de Pinta. 

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