LA BIENAL DESVELADA: ESCENARIO GLOBAL Y OPORTUNIDADES DE MERCADO
Las ferias de arte y las bienales habitan el mismo universo artístico, pero tienen propósitos distintos. Las primeras funcionan principalmente como centros comerciales donde se compran y venden obras de arte, mientras que las bienales actúan como escenarios globales, celebrando la gran diversidad del arte contemporáneo.
Desde su creación en 1895, la Bienal de Venecia ha sido pionera en este tipo de eventos, destacando inicialmente el arte europeo, pero incorporando gradualmente diversas voces artísticas de todo el mundo y alcanzando su punto álgido en esta edición con una importante presencia de artistas del sur global. Bajo el título "Stranieri ovunque - Foreigners everywhere" (Extranjeros por todas partes), esta Bienal reúne a un total de 331 artistas con conexiones con al menos 69 países, e ilustra la compleja interacción de las identidades nacionales en el mundo del arte. Aquí, las nacionalidades de los artistas a menudo desafían una categorización simple, ya que muchos nacieron en un país, pero fallecieron o residen actualmente en otro. Esta edición destaca por ser la primera curada por un latinoamericano, con un notable conjunto de 85 artistas de la región: 28 vivos y 57 fallecidos. Sus afiliaciones abarcan 16 países de toda América Latina y el Caribe, lo cual pone de relieve el profundo impacto que esta región tiene en el panorama artístico.
Además de los artistas que se exhiben en los Giardini y el Arsenale, la ciudad está repleta de eventos y exposiciones colaterales, que consolidan el estatus de Venecia como punto de encuentro del panorama artístico internacional. Las bienales no son meras exposiciones de arte, sino festivales de creatividad que ofrecen una experiencia envolvente a través de una mezcla de instalaciones a gran escala, videoarte, foros y actuaciones en directo. Sirven de hitos culturales y catalizadores económicos, reforzados por el apoyo de los gobiernos locales, y aumentan el prestigio y la vitalidad económica de las ciudades que las acogen. Sin embargo, aunque las bienales suelen transmitir un aire de exhibición cultural por encima del comercio, conviene recordar que cuando se creó la Bienal de Venecia en 1895, una de sus intenciones era promover el arte contemporáneo y permitir a los artistas beneficiarse económicamente de su producción creativa. Hasta el tumultuoso año de 1968, cuando el espíritu de las protestas estudiantiles llevó a una reevaluación, la Bienal contó con una oficina de ventas.
Hoy en día, aunque las bienales no son abiertamente comerciales, invariablemente cuentan con el discreto respaldo financiero de algunas galerías. Este patrocinio es esencial para la creación, el transporte y la exhibición de las obras de arte seleccionadas y, en ocasiones, transacciones comerciales se desarrollan en silencio. Un ejemplo notable se produjo en 2015, cuando François Pinault adquirió discretamente ocho grandes lienzos de Georg Baselitz, por un total de 8,9 millones de dólares. La presente edición vuelve a ser testigo de esta sutil interacción entre arte y comercio, ya que la Bienal de Venecia y Art Basel abren sus puertas muy seguidas. Esta coincidencia en el calendario convierte a Venecia en un preludio para la élite del mercado del arte, y muchos coleccionistas se embarcan de Venecia a Basilea. Es una danza coreografiada, en la que las galerías suelen presentar en Basilea a los mismos artistas que celebraron en Venecia, testimonio de la perdurable simbiosis entre las exposiciones culturales y el mercado del arte.
El honor de ser seleccionado para representar a un país en la Bienal de Venecia tiene un peso considerable. No sólo confiere una marca de distinción a un artista, sino que también eleva su carrera al amplificar su prestigio, aumentar su visibilidad y, sobre todo, incrementar potencialmente el valor de su obra en el mercado. Esto es especialmente cierto en el caso de los artistas que cuentan con el respaldo de galerías influyentes y con experiencia.
Sin embargo, los obstáculos financieros para exponer en la Bienal de Venecia pueden ser formidables, sobre todo para los artistas que presentan varias obras. Para ilustrarlo, veamos cómo se ha disparado el compromiso financiero de la representación estadounidense. La participación de Robert Rauschenberg en 1964 requirió un presupuesto que, ajustado a la inflación, se aproximaría hoy a los 720.000 dólares. En 2022, la exposición de Simone Leigh costó la asombrosa cifra de 7 millones de dólares. Esta escalada pone de relieve la creciente dependencia de los fondos procedentes de coleccionistas y galerías, ya que las contribuciones de los gobiernos no logran seguir el ritmo de la inflación de los costes. Esta necesidad de recaudar fondos se ha convertido en parte integrante de la logística del certamen, pero no está exenta de polémica. Plantea dudas sobre la accesibilidad de la bienal, ya que sólo pueden exponer los artistas con patrocinadores influyentes capaces de asumir una carga financiera tan elevada. Esta dinámica también plantea cuestiones éticas sobre la influencia del mercado del arte en lo que aparentemente es un acontecimiento únicamente cultural.
La participación de Simone Leigh en 2022, por ejemplo, fue financiada por la destacada galería Hauser & Wirth, siguiendo el patrón observado cuando apoyaron a Mark Bradford en 2017. El actual Pabellón de Estados Unidos, en el que se expone la obra de Jeffrey Gibson, artista de ascendencia choctaw y cherokee del Misisipi representado por diversas galerías, requirió un presupuesto de 5,8 millones de dólares, de los que un escaso 7,5% procedía de las arcas públicas. Para salvar esta brecha financiera fue necesario un esfuerzo concertado de curadores, galerías y filántropos, que consiguieron importantes contribuciones de fundaciones y emplearon métodos innovadores de recaudación de fondos, como la venta en Sotheby’s de mantas de lujo de edición limitada diseñadas por Gibson. Al mismo tiempo, Christie's apoya el pabellón nigeriano y financia parcialmente el británico, que también se beneficia del apoyo de la feria de arte Frieze. Así pues, galerías, ferias de arte y casas de subastas financian eventos de la Bienal. Sin duda, las galerías tratarán de compensar sus gastos mediante un aumento de las ventas y estrategias de precios más elevados. Para las casas de subastas, este tipo de eventos son ocasiones ideales para cultivar las relaciones con sus clientes. En cuanto a Frieze, aunque menos explícito, es probable que su objetivo también incluya atraer a una red de galerías y coleccionistas.
De hecho, la Bienal de Venecia, a pesar de su barniz no comercial, se ha entendido durante mucho tiempo como un mercado donde las obras de arte, en última instancia, se venden. Este entendimiento tácito se ponía de manifiesto en las etiquetas que, hasta 2019, acreditaban a la galería representante del artista, un discreto guiño a los compradores potenciales. Aunque esta práctica ha cesado, los interesados en la adquisición pueden desenterrar fácilmente la información necesaria con una simple búsqueda en línea.
Aparte de los aspectos comerciales, la participación de un artista en la Bienal de Venecia suele marcar un hito importante en su carrera. Esta exposición de larga duración atrae la atención internacional y sitúa a artistas poco conocidos en la primera línea de la escena artística mundial. Esta visibilidad se traduce a menudo en oportunidades de negocio. Las galerías tienen su propio enfoque, pero para los artistas, la Bienal puede suponer un aumento de la demanda y de los precios de sus obras. Pero la Bienal es mucho más que mercado; es una plataforma de lanzamiento para el éxito futuro. Cuando una obra conecta con el público, puede dar lugar a exposiciones de mayor envergadura y a importantes adquisiciones, lo que consolida la relevancia de un artista. Tomemos de nuevo como ejemplo a Jeffrey Gibson: tras su selección para la Bienal, obtuvo un prestigioso encargo del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el famoso MET. Este es el tipo de impacto que hace de la Bienal de Venecia una meta deseada.